Pobre y miserable un día
llegó a los pies de Alejandro
el doctísimo Tebandro,
celebrado en la poesía;
y queriendo con alguna
merced el César ufano
hacer paces, aunque en vano,
entre el ingenio y fortuna,
le dio tan preciosos dones,
que desvanecer pudieran
a la ambición cuando fueran
los átomos ambiciones.
Suspenso el sabio quedó
sin responder, temeroso
a la merced, y dudoso
Alejandro preguntó:
—¿Cómo el bien das al olvido
y a la memoria el agravio ?
¿Tú cómo puedes ser sabio,
siendo desagradecido?
A quien Tebandro miró,
diciendo: —Si el gusto está
en la mano del que da,
y del que recibe no,
yo no debo agradecerte
el bien que me haces aquí.
Tú has de agradecerme a mí
el darte yo desta suerte
ocasión en que mostró
tu pecho grandeza tal,
pues no fueras liberal
si no fuera pobre yo.
(Saber del mal y del bien, jornada 1ª
, escena XII) |