Medita un poco este ejemplo:
Un filósofo que estaba
en un monte, o en un valle
(que no importa a la maraña
que esté en bajo o esté en alto),
vio un soldado que pasaba;
se puso a parlar con él,
y al fin de pláticas largas,
le dijo: —¿Posible ha sido,
que nunca has visto la cara
de Alejandro, nuestro César,
de aquel cuyas alabanzas
le coronan de laureles
y rey del orbe le aclaman?
El filósofo le dijo:
—¿No es un hombre? ¿Qué importancia
tendrá el verle más que a ti?
O si no (para que salgas
desa adulación común),
del suelo una flor levanta,
llévala y dile a Alejandro
que digo yo que me haga
sola una flor como ella.
Verás luego que no pasan
trofeos, aplausos, glorias,
lauros, triunfos y alabanzas
de lo humano, pues no puede,
después de victorias tantas,
hacer una flor tan fácil,
que en cualquier campo se halla.
(La cisma de Ingalaterra, jornada 2ª
, escena II) |