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Julia de Asensi

"Tonita"

Biografía de Julia de Asensi en Wikipedia

 
 
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Tonita
OBRAS DEL AUTOR
Cocos y Hadas. Cuentos
El coco azul
Las buenas hadas
Los fantasmas del bosque
El gato negro
Ginesillo el tonto
El pozo mágico
 
Las estaciones
La primavera
Abril. El campo de Daniel
Mayo. Las flores
Junio. La noche de San Juan
El estío
Julio. El sueño del segador
Agosto. La procesión
Septiembre. La cazadora
 
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El lunes de carnaval
El reloj del abuelo
La cigarra y la hormiga
Las golondrinas
Lo que son las flores
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Habiendo sido destinado a la Isla de Cuba, que era todavía de los españoles en aquella época feliz, D. Pablo Ramirez, partió con su esposa y su hija mayor, Eulalia, que tenía entonces cinco o seis años. Pero la pequeña, Antonia, por ser algo más delicada de salud se quedó al cuidado do su abuela materna, una señora excelente, pero de carácter poco enérgico, la persona menos a propósito para educar a aquella criatura indolente y caprichosa. Había sido madrina suya y tal vez por esto o porque la niña fuese con ella más cariñosa que su hermana, era objeto de todas las preferencias de aquella anciana, que se había conformado con la separación de su hija, su yerno y Eulalia al pensar que Tonita, así llamaba a Antonia, iba a ser exclusivamente suya durante tan prolongada ausencia. Porque ¿qué menos de seis años había de durar el destino de D. Pablo, al que obligaban a dejar su patria y su hogar para vivir en tan lejanas tierras?

Tonita no echó tampoco de menos a sus padres; era muy pequeña y le bastaba para ser feliz que la mimasen y le dejaran hacer todo lo que quisiera. De Eulalia se acordó algunos días, porque jugaba con ella y no se disgustaba mucho cuando le rompía sus muñecas. Pero apenas una ligera nube empañaba sus alegrías al pensar en esto, su abuela le daba muchos juguetes para distraerla y, como es natural, lo conseguía siempre.

Todos los correos escribía la anciana a su hija dándole noticias detalladas de la niña confiada a su custodia; iban a América varios pliegos que llenaba con su letra pequeña, en la que aun no se advertía que el pulso estuviese poco seguro ni la cabeza empezara a debilitarse. Contaba las gracias de Tonita, decía cuánto iba robusteciéndose su

salud, no hablaba más que de ella y bien veían los padres de la niña que a ésta no le faltaban ni cariño ni cuidados. Al principio ¿qué más podían desear? Ellos también referían lo que aprendía Eulalia en el colegio, sus progresos en los estudios y labores, y apenas hacía dos años que habían partido para Cuba y ya la niña mayor escribía, y aprovechando la salida de algún conocido para España enviaba pañuelos hechos y marcados por ella para la anciana y para su hermanita.

Después de cuatro años de ausencia preguntó una vez D. Pablo a su suegra en una de sus cartas: "Qué aprende Tonita? ¿No sabe aún escribir, aunque sólo sea su nombre, para que veamos que no nos olvida?"

No, la niña no sabía escribir, ni siquiera leer ¡la cansaba tánto el estudio! apenas tenía siete años, ya habría tiempo de que aprendiera ... no se sujetaba... Esto escribía la abuela, algo avergonzada de la ignorancia de su nieta, pero disculpándola siempre.

Y pasaron otros dos años y D. Pablo, al que atraían a su patria el deseo de abrazar a su hija y el de hahitar aquella casa en la que pasó su infancia, en cuanto recibió la orden de regresar a la península dispuso su viaje con la mayor rapidez. No quiso avisar a su suegra el día fijo de su llegada porque no sabía el tiempo que se detendría en Madrid. Era a principios de Mayo y no pensaba en manera alguna residir en la corte, sino retirarse al campo, a aquel lugar donde habían quedado la abuela y la nieta con el objeto de que la niña se robusteciera aspirando los aires puros de la montaña. Al pie de ella tenía su hogar, en él habían vivido felices y muerto tranquilos sus padres y allí habían nacido sus dos hijas. Distaba bastante del pueblo, que era grande, bonito y limpio, con su hermosa iglesia en la plaza y sus blancas casitas agrupadas algunas a su alrededor, todas ellas de un solo piso, y algo más lejos otras de construcción más moderna, con patios o jardines en los que no faltaban las parras, los árboles frondosos y los macizos de flores.

Eran más de las once de la mañana cuando D. Pablo, su mujer y Eulalia se hallaron ante las tapias del parque que rodeaba su casa. El jardinero, que había oído que el carruaje se detenía, corrió a abrir la puerla y el coche pasó por las anchas alamedas hasta llegar al pie de la escalinata.

La anciana bajó todo lo deprisa que pudo, abrazando conmovida a su hija, su nieta mayor y su yerno, mientras los criados ayudaban al conductor del coche a subir el equipaje al piso principal.

- ¿Y Tonita? preguntaron todos.

- Pues Tonita, balbuceó la abuela, no se ha levantado todavía...

- ¿Está enferma? preguntó alarmado don Pablo.

- No, pero se levanta algunas veces tarde... suele pasar las noches intranquila y no me atrevo a obligarla a que madrugue.

El yerno sacó el reloj y se lo enseñó a su suegra; marcaba las once y cuarto.

- Entre madrugar y levantarse a la hora de la comida hay un término medio, murmuró.

Subieron a la alcoba de la niña, que estaba bien despierta; pero se hallaba muy bien en la cama y así, la primera impresión que hizo a su familia no puedo ser más deplorable. La criada la lavó, la peinó y la vistió y, algo avergonzada, bajó al comedor Tonita cuando ya todos se habían sentado a la mesa.

A pesar de haber permanecido aquellos seis años en el campo, estaba delgada, pálida y ojerosa. Eulalia, en cambio, era una hermosa niña alta y robusta, con los ojos llenos de vida y de luz. Mucho más simpática que su hermana, bastaba verla un instante para que la gente se sintiera atraída por su inteligencia y su bondad. Se había propuesto corregir dulcemente a su hermana; pero no lardó en comprender que nada lograría, puesto que el respeto no había de permitirle rebelarse contra su abuela que, por exceso de cariño, había fomentado todos los defectos de Tonita. Sus faltas provenían, sin excepción, de su pereza no combatida nunca.

La niña no sabía más que jugar, no tenía afición a ningún estudio. Al principio su padre, por no ponerse en abierta lucha con su suegra, pasó por muchas cosas; pero una circunstancia inesperada vino en su ayuda para que pudiera corregir a la niña sin tener que lamentar reyertas o disgustos de familia. La abuela, madre de la esposa de D. Pablo, tenía otra hija casada que residía en la corte, y apenas supo el regreso de los padres de Tonita, suplicó a la anciana que fuese a pasar una temporada a su lado ya que en aquellos seis años no se habían visto. Era difícil negarse a tan justa pelición y, aunque tenía mas cariño a la hija llegada de Cuba que a la otra, las dos eran suyas y no hubo más remedio que acceder. Intentó llevarse a su nieta menor, pero su yerno se opuso formalmente a ello y tuvo que partir acompañada de su doncella, sintiendo una amarguísima pena cuando se despidió de la niña.

Aquella misma noche, antes de acostarse Tonita, la llamó su padre y le dijo:

- En esta casa desayunamos a las ocho, y el que a esa hora no está sentado a la mesa no toma nada hasta la de comer. Te levantarás, pues, mañana y en los días sucesivos, a las siete. La criada te llamará a esa hora, sin falta.

Tonita se puso seria y se fue a su cuarto, donde no tardó en dormirse.

Al día siguiente a las siete entró la doncella en su alcoba y quiso ayudar a vestirse a la nina, pero ella se resistió.

- Tráeme el chocolate a la cama, como hacía la criada de mi abuela, dijo muy enfadada Tonita.

- El señor me ha dicho que no lo haga, respondió la muchacha.

Tonita no se levantó y la sirviente salió del cuarto. La niña se volvió a dormir, pero se despertó poco después porque su estómago necesitaba el desayuno. Llanó para que fuesen a vestirla, pero no acudió nadie y se vió obligada a hacerlo sola por primera vez en su vida. Eran ya las diez y no comió hasta las doce y media. La broma le pareció muy pesada, pero como no tenía confianza con sus padres y con su hermana, no se atrevió a manifestar su enfado.

Al día siguiente se levantó á las nueve y tampoco desayunó. Al otro era domingo y su madre le dijo que irían al pueblo a misa de ocho, pero en coche porque estaba la iglesia algo lejos. Ella se levantó cuando se acababan de marchar.

-La señora me ha mandado, indicó la criada, que te acompañe a pie para que llegues a la última misa, que es a las nueve.

Y no tuvo más remedio, después de tomar un vaso de leche, que vestirse deprisa para salir, cumpliendo aquella órden.

¡Cómo se cansó al salvar la distancia, que le pareció enorme, que la separaba del lugar! Y eso que no le desagradaba cruzar el campo viendo sus arroyuelos, aspirando el aroma de sus plantas y oyendo el canto de los pájaros. Como siempre había ido por allí en coche no se había fijado en nada. Su alma parecía despertar admirando aquella naturaleza que desconociera hasta entonces, revelándose en ella el sentimiento de lo bello.

Llegó a la iglesia la niña y estaba más bonita que nunca, de buen color, con los ojos animados por la alegría y el espíritu tranquilo. Eulalia le dió su libro para que leyera y Tonita, muy bajito y algo confusa murmuró.

- No sé leer, ¿me querrás enseñar tú? pero que papá y mamá no se enteren de que no conozco ni las letras.

Toda la familia se quedó a oir aquella otra misa y regresó luego a la quinta de don Pablo, donde los cuatro comieron con excelente apetito.

- Mañana vamos de campo, dijo el padre de Tonita.

El proyecto era salir temprano amos y criados hacia un monte distante, llevando algunos fiambres y haciendo el resto de almuerzo allí mismo. A Tonita le agradaba aquello mucho y contaba las horas que faltaban para salir, proponiéndose madrugar bastante.

Pero a la mañana siguiente, cuando la llamó la doncella, tenía tanta pereza que no había quien la sacase de la cama. Seis veces lo intentó la criada, sin que lograse su objeto, a pesar de haberle repetido que se marcharían todos sin ella. Como había andado tanto el día anterior estaba cansada y se encontraba acostada muy a gusto. Al fin, después de un buen rato de no ver a nadie, se vistió y salió de su habitación, que no compartía con nadie desde que se había marchado su abuela. La casa estaba completamente sola. Tonita lloró su abandono y, viendo lo

cara que le costaba su pereza, decidió enmendarse aunque tuviese que hacer un esfuerzo muy grande.

A la hora de la comida fue a buscarla la mujer del jardinero y en su modesta casita le sirvió el almuerzo que había preparado para la niña, que apenas quiso probarlo.

¡Qué largo y qué triste le pareció aquel día!¡Qué bien hubiera podido pasarlo en el monte! Ella se figuraba la campestre gira cien veces mejor de lo que fue, porque sus padres la castigaban con un dolor inmenso y su hermana se lo recordaba a cada paso.

Poco a poco, porque de repente no era posible, se fue corrigiendo Tonita; aprendió sin disgusto lo que Eulalia le enseñaba, madrugó sin trabajo cuando fue preciso y, al volver su abuela con ella, la encontró muy cambiada, no logrando ya perjudicarla con su mimo, que compartió entre sus dos nietas. Tonita llegó a ser una niña tan activa y tan laboriosa como Eulalia.

 

 

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