Sublime y pura y misteriosa estrella,
que, mi alma iluminando, resplandeces,
y del gozo eternal el bien me ofreces
con el dulce fulgor de tu luz bella:
tú, que mi llanto ves y mi querella,
¿por qué al dolor que te mostré, ensordeces?
¿Por qué en tu viva llama te oscureces,
cuando mi ardiente afán se fija en ella?
Deja ¡oh mi bien! que tu esplendor divino
torne a mi seno la perdida calma,
rompiendo el lazo a mi cruel destino.
Ciñe á mi frente de tu amor la palma:
que en tu luz y en tu aliento peregrino
su inextinguible sed aplaque el alma! |