El conde de Montesol penetró con su hija
lsabela en el antepalco. Despojáronse de sus
fastuosos abrigos de pieles que, al quedar colgados
de las doradas perchas, semejaban en la
penumbra fieras quiméricas, guardadoras de la
pequeña entrada, y aparecieron en la platea, en
la que tomaron asiento el uno frente al otro.
La condesita, con femenil coquetería, se
arregló los rizos de su cabellera dorada, y descansó
luego su enguantado brazo en el purpúreo antepecho, que parecía una gigantesca serpiente
roja tendida al borde de los palcos.
El acto primero de la comedia que representaban
terminó, y, a los pocos momentos, llenóse
el estrecho pasillo de las butacas, de esos jóvenes
pretenciosos, correctamente vestidos, que
acuden a los teatros elegantes los días de moda.
Conjunto de caras inexpresivas, altos cuellos
acartonados, cabelleras planchadas, impecables pecheras, y trajes negros de etiqueta, copiados
fidelísimamente del último figurín inglés.
La condesita conocía a muchos de ellos y,
sonriente, inclinó varias ve ces su linda cabeza,
contestando a sus saludos.
Luego, sus grandes ojos azules buscaron
anhelantes el grupo de jóvenes que formaban
el sexteto, sin poderlos descubrir. La masa de
pollos que llenaba el pasillo dejábalos ocultos,
y con su contínuo charloteo impedía también
se percibiesen las dulces melodías de un lindo
vals de Bergers, que ejecutaban; pues sólo a
largos intervalos oíase algun vibrante acorde,
la nota aguda de un violin o la profunda del
contrabajo. Y sólo al terminar el vals y ponerse
los músicos de pie, pudo !sabela cruzar
su mirada ardiente, con la que amorosa le dirigió
uno de ellos ...
Aquella noche la de Montesol, abatida y
nostá lgica, en la soledad de su aposento, rememoraba
Jos sencillos accidentes de aquel loco
amor, que notaba iba insensiblemente apoderándose
de su alma... Una noche de escasa
concurrencia en el teatro, fijáronse sus ojos en
la gallarda y atractiva figura del modesto violinista.
Y debió de ser tan significativa y persistente
su mirada, admirando su artística y varonil
cabeza y la elegante soltura con que manejaba
el arco de su instrumento, que al salir le
halló esperándola en el vestíbulo, clavando en ella, al pasar, sus ojos amorosos y ardientes.
Y aquellas miradas furtivas, reveladoras de un
intenso amor, repetíanse siempre que se encontraban; y ahora, al considerar ella, dada su desigualdad
social, lo irrealizable de aquella pasión,
lloraba y lloraba sin cesar, enjugando sus
lágrimas con un fino pañuelo de encaje, en uno
de cuyos picos aparecía bordada una I bajo una
corona condal. Pañuelo que iba impregnándose
de sus lágrimas, que cristalinas y silenciosas
se deslizaban por sus mejillas ...
*
Para ninguno de los compañeros del violinista
Elio había pasado inadvertida la pasión que
éste sentía por la aristócrata. Y como él miraba
su amor como cosa imposible, eludia el
hablar de ello con sus amigos.
Cierta noche, reunidos, como de costumbre,
en un café cercano al teatro, ocurriósele a uno
interrogarle acerca de sus platónicas adoraciones.
Elio evadió la respuesta; mas como el
otro, sin consideración insistiese, soliviantó su
ánimo apacible y sereno. Exaltados, surgió la
disputa, y al chocar violento de una copa contra
el mármol de la mesa, saltó aquélla en pedazos,
yendo a clavarse uno de ellos en la despejada frente del violinista. Éste sonrió con
tristeza al amigo, como reprochándole y reprochándose
aquel momento iracundo, signo
acusador de inferioridad, impropio de ellos, y
desligándose el pañuelo blanco de seda que llevaba
al cuello, lo aplicó a la pequeña herida.
Y el cendal albo se fue cubriendo de puntos
carmlneos, porque la sangre segula brotando
lenta, temblorosa, rezumante, como si la frente
luminosa fuese una mina de rubíes ...
*
Era la hora del final de un día.
En el remanso de un pequeño río lavaba
una mujer, a cuyo lado alzábase en un lebrillo,
en nítido montón, la ropa ya dispuesta para ser
tendida.
La lavandera iba terminando ya su faena
ruda. Alargó el brazo y recogió de una cesta
dos últimos pañuelos. Uno de batista y ligero
encaje con una I bordada, bajo corona condal,
que aparecía como si, húmedo, hubiese sido
aprisionado por una mano febril. Y el otro, de
blanca seda, con el nombre de Elio bordado
en uno de sus picos, ostentaba porción de
manchas sanguíneas.
La mujer fuerte los unió en su mano, y después de ahogarlos en la corriente linfa, quedaron
tendidos sobre el duro ladrillo, donde el
jabón amortajóles con blanca espuma... Luego
las manos vigorosas los oprimieron y estrujaron repetidas veces, sumergiéndolos en las
aguas espumantes, hasta que unidos y reliados
en estrecho abrazo, fueron a parar juntos al cercano
montón de ropa inmaculada... Tendidos
después el uno junto al otro, llorosos y lánguidos,
los oreó un viento suave en aquella noche
de luna ...
*
En el teatro elegante a que la de Montesol
concurría, estrenábase un drama, obra de un
joven poeta, que había puesto en él toda la pasión
y ternura de su alma ardiente y sentimental.
Era un drama de amor infausto, ¡dolor y
sangre! que se desarrollaba algo exirañamente,
dado el convencionalismo de la imperante artilugia
teatral.
Al terminar fueron muy diversos los comentarios que suscitó.
A la platea de la de Montesol acercáronse
varios de sus amigos. Isabela los interrogó:
- Vamos, ¿qué les ha parecido? ...
- ¡Psih!... una tontería, respondió un pollo
insípido de voz atiplada.
-A mi me gusta más la piececilla que pondrán
ahora, expresó uno muy gordo.
- Pues yo, la verdad-dijo otro gesticulando
en tono doctoral-esa mezcla de lágrimas y
sangre de sujetos tan distintos y distantes, paréceme una cosa absurda.
- ¡Falso! Completamente falso - añadió
uno retorciéndose los bigotes.-Esas cosas no
suceden nunca... ¿No es cierto, amiga !sabela?
...
La condesita por contestar de algún modo a aquellos majaderos, sonrió; pero sonrió melancólica
pensando en aquel su amor también
imposible ...
*
Al despertar aquella noche la aurora de su
plácido sueño, contempló a su difusa luz en el
remanso de un río, entre ondulante mancha de
blancura, a dos pañuelos níveos que, tendidos
el uno junto al otro, ondeaban como banderas
de paz... Y que atraídos por el viento se acariciaban, murmurándose sus pasadas emociones ... - ¡Qué saben los hombres del fin de las
gotas de su sangre, ni de las lágrimas de sus
ojos!. .. |