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"La convención de brujas" |
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Música: Brahms - Three Violín Sonatas - Sonata N 3 - Op. 108 |
La convención de brujas |
Había una vez una bruja, llamada Zafira, que vivía en un pueblecito muy pequeño, muy pequeño, allá lejos, en las profundidades de un valle perdido entre montañas. Esta bruja, que lo era porque su madre se lo había ordenado en su más tierna infancia, dudaba de serlo y, en realidad, no sabía por qué no podía ser un hada azul, que es lo que realmente le habría gustado ser. -Zafira, le había dicho su madre, eres una bruja, como tu madre, como tu abuela y como la madre y la abuela de tu abuela. -Pero madre, contestaba Zafira, ¡yo no quiero ser una bruja! Yo quiero ser un hada, un hada maravillosa, ligera como el viento, poderosa como el trueno, sensible y tierna como el rayo de luna. -Si tus abuelas, bisabuelas, tatarabuelas levantaran la cabeza se escandalizarían al escuchar las atrocidades que dices. ¡Un hada, quieres ser un hada! ¡Qué tontería! -¡Quiero ser un hada, y seré un hada! ¡Ea! -¡Un hada no serás pero si que eres testaruda como ellas! La madre de Zafira pensaba y pensaba cómo podría quitar a su hija esa tonta idea de la cabeza. ¡Querer ser una simple hada cuando las brujas son los seres más poderosos sobre la tierra! Verdaderamente su hija debía estar enferma para pensar una cosa semejante... Un día el cartero de las brujas trajo una invitación para la Gran Convención que se iba a celebrar en el Bosque de los Cerezos. Cada 5 años se reunían todas las brujas del mundo en un lugar diferente, cuidadosamente elegido y mantenido en el más absoluto de los secretos. Sólo era conocido por las elegidas, ya que no cualquier bruja era llamada a participar en el gran evento: solo aquellas que habían destacado durante el último año. Como información para aquellos de vosotros que seáis humanos os diré que un año en el calendario de las brujas equivale a 5 años en el calendario de los comunes mortales humanos. La alegría de la madre fue inenarrable. ¡Ella, elegida para participar en la Gran Convención! ¡El sueño que había tenido durante los últimos 100 años! (500 de los vuestros, pequeños mortales...). -Zafira, dijo, prepárate porque hemos sido elegidas para asistir a la Gran Convención que se celebrará de aquí en 7 días. Mostraremos a nuestras hermanas lo que sabemos hacer, y tú, personalmente, te ocuparás de mostrarles algunos de los hechizos que mi madre, mi abuela, la abuela de mi abuela y la bisabuela y tatarabuela de mi abuela te han enseñado. -¡No iré! No me interesa en absoluto esa estúpida Convención, dijo con desprecio la pequeña brujita. -¡Claro que irás! Yo, tu madre, te lo ordeno. Primero porque soy tu madre, y segundo porque si no asistes a la reunión, a la que has sido convocada, la ira de todas las brujas del mundo recaerá sobre ti. Por otra parte, es una ocasión única. Tendrás la posibilidad de conocer a las mejores brujas del mundo, sus pócimas y sortilegios. Aprenderás muchas cosas y sobre todo, aprenderás a sentirte orgullosa de ser bruja. Zafira, al escuchar estas palabras, se quedó pensativa. Después de todo, no estaría tan mal asistir y saber lo que una bruja, una gran bruja, era capaz de hacer. ¡Quizás alguna de ellas había desarrollado una pócima, una receta magistral para convertirse en hada! Pensando, pensando, recordó que una vez había leído algo sobre pócimas mágicas, hadas, príncipes y princesas. Era una idea vaga que le vino a la memoria y que, en realidad, no sabía a ciencia cierta si la había leído o si simplemente la había soñado. Nada perdía por buscar y escudriñar en los viejos volúmenes polvorientos que se apilaban en las paredes de una habitación que permanecía cerrada la mayor parte del tiempo porque, según su madre, contenía los grandes tesoros de la familia, y había que salvaguardarlos a toda costa. No era conveniente correr riesgos, de modo que la habitación permanecía cerrada a cal y canto. Zafira pidió la llave a su madre y ésta se sintió conmovida ante el interés repentino que la hija presentaba por las joyas de la familia. No solo le dio la llave de la habitación del tesoro, sino que la acompañó para mostrarle las diferentes secciones, ya que todo estaba catalogado por autor, materia y resultados obtenidos. Mil siglos de historia familiar se apiñaban en los estantes. Abuelas, bisabuelas, tatarabuelas, e incluso madres, abuelas, bisabuelas y tatarabuelas de las tatarabuelas, habían guardado con esmero las recetas de sus pócimas mágicas más queridas y apreciadas. -Puedes escoger el volumen que desees Zafira. Estudia detenidamente el contenido de las recetas y elige el que prefieras para mostrarlo, en la Gran Convención, a nuestras hermanas de la Gran Hermandad. -Gracias madre. Ahora preferiría que me dejaras sola, ya que quiero investigar con sumo cuidado todo lo que hay aquí. ¡Estoy tan nerviosa madre! ¡Déjame bucear en el pozo de la sabiduría familiar, por favor! Ante estas palabras, la madre de Zafira no cabía en sí de gozo. Tantos años esperando que su hija se sintiera orgullosa de ser bruja que ahora casi no podía creer que fuera ella la que quisiera indagar en el tesoro de la familia, orgullosa de pertenecer a esa estirpe. Zafira, por su parte, buscaba y buscaba. En un rincón de un estante encontró una cajita en cuya tapa estaba escrito: “Cómo ser un hada sin abandonar la condición de bruja”. Y debajo un nombre: Casilda. Pensó preguntar a su madre quién era la tal Casilda, pero después consideró que sería mejor averiguarlo por sí misma, ya que de otro modo su madre comprendería lo que pretendía. Pensado y hecho. Se puso manos a la obra y buscó pacientemente en un libro muy grueso que contenía una referencia de todas y cada una de las Brujas de la familia desde tiempos inmemoriales. Hay que aclarar que ella tenía sus propios métodos de búsqueda, sofisticados y eficaces. Por fin dio con el nombre de Casilda: era la tatarabuela de la tatarabuela de la tatarabuela de su abuela. Según parece era muy bella, muy inteligente y bondadosa, tanto, que era querida y apreciada, no solamente en la sociedad de las brujas, sino también de las hadas, cosa extraordinaria e inusual, por otra parte. Pero volvamos a la cajita que había encontrado Zafira y en la que había el cartelito que decía: “Cómo ser un hada sin abandonar la condición de bruja”. Abrió la caja con sumo cuidado y encontró una hoja de papel cuidadosamente doblada. Debía ser un papel especial de brujas puesto que había durando tantos y tantos siglos sin estropearse. Anhelante, comenzó a desdoblar la hoja, y una vez hecho, paseó su mirada por unas líneas bellamente escritas por una mano sensible de mujer. Decía: “No hay poción mágica que pueda diferenciar una bruja de un hada; cada persona es única, y solo lo que hay en su interior puede convertirla en buena o mala, en ángel o demonio, en brujita buena angelical o demonio terrible y nefasto. Las etiquetas no importan, son solo eso, etiquetas. Lo que importa realmente es hacer el bien a los demás. Se un espíritu libre, vuela y haz el bien.” Zafira comprendió. Salió de la habitación especial que tan celosamente guardaba su madre. Ahora sí que quería acudir a la Convención de Brujas y demostrar así de lo que era capaz. Llegado el momento se preparó con esmero. Acompañada de los otros miembros de la familia se presentaron en la Convención. Una vez allí, escucharon con atención a todas y cada una de las participantes que presentaban nuevas fórmulas. Escuchó su nombre en boca de la directora del evento y se levantó resuelta para subir al estrado. Una vez allí, dio las gracias a la concurrencia y, mostrando una sonrisa maravillosa, que cautivó a todas los presentes en la sala, dijo: “Yo no tengo pócimas ni sortilegios que mostraros, solo os contaré la decisión que he tomado, y que ha cambiado mi vida; espero que también cambie la vuestra y os haga tan felices como me ha hecho a mí: He decidido ser yo misma, sin etiquetas. Dedicaré mi vida a viajar, conocer gente, nuevas costumbres y nuevas lenguas. Aprenderé a hacer el bien sin esperar nada a cambio. Viviré y dejaré vivir. Sonreiré al mundo esperando que el mundo sonría conmigo...” Los aplausos resonaron en la sala, hasta entonces en absoluto silencio. Los miembros del comité que debían conceder el premio se reunieron. Poco tiempo después aparecieron sobre el estrado y la presidenta anunció: Tenemos el placer de comunicarles el resultado del jurado. Este año se concede el primer premio a Zafira por habernos recordado, de una manera sencilla pero eficaz, lo que debe ser nuestro objetivo en la vida y que no es otro que “hacer el bien”. Muchas gracias a todas por vuestra participación. Hasta la próxima convención. Madre e hija se fundieron en un abrazo. ...Y colorín colorado... ¡este cuento se ha acabado! |
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