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"Carmen"

 

 
 
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Carmen
OBRAS DEL AUTOR
Cuentos:
A la espera
Carmen
El desasosiego de una madre
El reino de las cosquillas
El tren
En los coches de choque
La convención de brujas
La intrépida aventurera
La madre
La niña que no quería comer
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Otra oportunidad
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Entré en la habitación para despertar a la anciana. Daba en la puerta dos golpecitos cortos y, sin esperar respuesta, entraba resuelta.

- ¿Cómo nos sentimos hoy Carmen?

- ¡Qué vamos a decir hija, bien, en lo que cabe!

Cada día repetía la misma operación en todas las habitaciones de la residencia. Eran muchos los residentes, pero ella era la responsable de diez, aunque ocasionalmente atendiera a otros muchos.

Era consciente de que para algunos representaba el único apoyo que les quedaba en esta vida. Cuando decidí dedicar mi vida al cuidado de las personas mayores, sabía que no iba a ser una tarea fácil; sin embargo no estaba preparada para afrontar la cruda realidad: la indefensión de estos seres le llegaba al alma. No podía comprender cómo, personas que lo habían dado todo, recibían tan poco.

Carmen era un caso especial. Era enfermera y había vivido durante toda su vida dedicada a su profesión, sin tiempo material para otra cosa que no fuera cuidar a los enfermos. No recibía ninguna visita, ninguna llamada, nadie que se ocupara o preocupara por ella. Tenía, sin embargo, una hija, pero se había casado con un australiano y hacía ya muchos años que se había marchado a vivir a las antípodas.

- Carmen, ¡arriba!, dije.

Levanté la persiana, y descorrí las cortinas para que la luz iluminara la estancia. Era una habitación sencilla, como todas las demás. Sólo se diferenciaban en algunos pequeños objetos, colocados aquí y allá, en la pequeña estantería frente a la cama, al lado de la televisión, y en el armario empotrado. Eran recuerdos, objetos que les habían acompañado durante su vida y que les mantenía conectados, como un cordón umbilical, a la vida pasada.

Carmen había dispuesto en su estantería dos libros, una figurita y una fotografía. Me paré frente ella, la cogí en las manos y, después de mirarla durante unos segundos, dije:

- ¡Qué bonita es tu hija Carmen!

Su cara se iluminó. No importaba que cada día se produjera la misma escena. Ella la vivía como nueva y reaccionaba siempre de la misma manera, con el mismo tono...

- Sí, está mal que yo lo diga, pero es preciosa. De niña, todas las demás, la envidiaban no solo por su belleza sino también por lo cariñosa y amable que era con todos. Y sigue igual. Es la mejor hija que una madre pueda soñar…

No me atreví a preguntar el motivo por el que ni venía ni llamaba. Después de cinco años allí, yo no tenía noticia de que la hija se hubiera interesado nunca por ella. Hubo momentos en los que pensé que era una desalmada, y otros, que, si era verdad que estaba tan lejos, bien podía haber pasado alguna desgracia y que Carmen no fuera, o no quisiera ser, consciente de ello. Hay veces en que la memoria selectiva puede ser de utilidad e incluso en que la falta de memoria es una bendición. En cualquier caso, me callé, como siempre hago, mis temores.

Sabía que le gustaba hablar de ella y que, siempre que lo hacía, parecía otra persona: se mostraba alegre y colaborativa. Por ello, cada vez que tenía ocasión, y sobre todo por las mañanas a primera hora, sacaba el tema a la conversación. No era solo yo, todos los compañeros le preguntaban.

Carmen hablaba entonces de su hija con tanto amor, con tanta admiración, que nos gustaba escucharla. Siempre tenía anécdotas que contar. Lo extraño es que cuando no hablaba de ella, era una mujer taciturna, tímida y callada. Cuando estaba en la sala de la televisión o en el comedor, nunca hablaba, si no era de su hija. Todos la queríamos y respetábamos.

Había vivido y trabajado durante casi toda su vida en una ciudad del norte. Su marido murió y su hija se casó y se fue a Australia. Cuando se jubiló decidió que el sur le sentaría mejor y se mudó a esta ciudad. Su hija le había pedido, rogado, que se fuera a vivir con ella, pero, ¿qué hacía ella allí? Y además, no quería ser una carga para la joven pareja. El tiempo había pasado, y ya enferma, había decidido ingresar en la Residencia, a pesar de las protestas de la hija que la requería constantemente para que accediera a irse a vivir con ella. Después, Carmen había sabido que la hija había enfermado y que no le era posible viajar para venir a verla, por el momento. La esperanza de volver a verla la mantenía con vida.

Esto era lo que nos contaba cada mañana Carmen.

Un día, recibió una visita: era una amiga a la que no había visto desde hacía mucho, mucho tiempo. Habían sido íntimas cuando ambas vivían en la misma ciudad y trabajaban en el hospital. Había viajado expresamente para verla. Sabía que estaba sola y enferma, y quería despedirse de ella antes de que sucediera… lo que indefectiblemente iba a suceder. Ambas eran muy mayores.

Estaban las dos en la habitación charlando animadamente. De pronto, la amiga, reparó en la foto que presidía de algún modo la habitación.

- Carmen, ¿quién es la de la foto?

- ¿Cómo, no reconoces a mi hija?

- ¿Tu hija? ¿Cuándo has tenido tú una hija?

Carmen enmudeció. Su rostro mostró una tristeza inmensa; pareció envejecer; su cuerpo se replegó sobre sí misma.

La amiga me miró demudada, con una tristeza infinita. Calló. Después de un momento empezó a hablar de anécdotas de juventud y el color volvió al rostro de Carmen. Las dejé hablando animadamente.

Al cabo de un rato se despedían en la puerta del comedor. La amiga tenía que marcharse. Su hijo la esperaba para volver a su ciudad.

Nos encontramos en el pasillo cerca de la puerta de salida. La miré y lo que vi en su mirada me estremeció: ¡Qué tristeza reflejaba!

Con una voz que apenas salía de su garganta dijo:

- Carmen ha sufrido mucho. Es la mejor persona que he conocido jamás. No merecía que su marido la maltratara hasta el punto de casi matarla. Afortunadamente la bestia murió de un infarto y ella quedó libre. En cuanto a la hija… tuvo una, pero murió en su vientre como resultado de una de tantas palizas.

Me tuve que apoyar en la pared para no caer. ¡Pobre Carmen!

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