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Biografía de Pedro Antonio de Alarcón en AlbaLearning | |
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Música: Beethoven - Sonata no. 12 in A-flat Major, Op. 26, III: Marcia funebre |
El año en Spitzberg |
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III El frío es ya irresistible... Ha llegado el momento de encerrarme en las entrañas de esa peña; de incrustarme en su centro como un marisco en su concha. Antes de sepultarme en la que acaso será efectivamente mi tumba; antes de vestirme esa mortaja de piedra, quiero despedirme del mundo, de la Naturaleza, de la luz, de la vida... Camina el sol tan poco elevado en el horizonte, que desde que sale hasta que se pone no hace más que recorrer su ocaso como luminoso fantasma que da vueltas alrededor de su sepulcro. Sus rayos, pálidos y horizontales, reverberan tristemente sobre el mar. Las aguas empiezan a rizarse... Pronto quedarán encadenadas por el hielo. La bóveda celeste ostenta un azul cárdeno y sombrío, que la hace aparecer como más distante de la Tierra. El soplo del aquilón quema y marchita las tristes flores que osaron desplegar aquí sus encantos, y ata con lazos de cristal el curso de los torrentes... ¡Helos ya mudos, inmóviles, petrificados en sus enérgicas actitudes, como trágicos héroes esculpidos en mármol!... Reina un silencio sepulcral, un silencio absoluto. No se oye ni canto de ave, ni rumor de corriente, ni suspiro de brisa, ni columpio de planta... ¡Ni movimiento ni ruido!... ¡Nada! ¡El mutismo del no ser, he aquí todo! La eternidad y lo infinito deben de parecerse a estas monótonas soledades, a estos páramos de inacción y muerte. El calor de mi sangre, los latidos de mi corazón, el soplo de mi aliento, el eco de mis pasos, son los únicos síntomas de vida que ofrece la Naturaleza. Me creo, pues, solo en un mundo cadáver, en un planeta posterior a su Apocalipsis; en la Tierra misma pasado el juicio final... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Hoy tiene el día diez y seis minutos. Mañana no saldrá el sol. Mañana me ocultaré yo por seis meses; él por tres. ¡Oh, sol! ¿Volveremos a vernos? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¡Qué frío tan espantoso!... La humedad del aire se convierte en agujas de hielo que punzan mi semblante. Mi aliento me rodea de una especie de niebla que no puede elevarse a la condensada atmósfera. El humo de mi escopeta se dilata también horizontalmente. Ayer toqué el gatillo sin mis gruesos guantes, y mis dedos quedaron tan fuertemente unidos al acero, que, para separarlos, hube de dejarme allí la piel. La sábana blanca que se extiende indefinidamente alrededor de mí y las irradiaciones de la luz en ella hanme producido en la vista una terrible inflamación... Pronto vendrá el escorbuto... ¡Oh! ¡Qué espantosa es esta lucha de mi vida con la muerte de todo lo creado! |
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