-Pues os diré lo sucedido a otra gran princesa, mi discípula de filosofía. Tenía su amante, como lo tiene toda hermosa y gran princesa: entró un día su padre en su aposento, y cogió al amante con el rostro encendido y los ojos que como dos carbunclos resplandecían, y la princesa también con la cara muy encarnada. Disgustó tanto al padre el rostro del mancebo, que le sacudió la más enorme bofetada que hasta el día se ha pegado en toda su provincia. Cogió el amante las tenazas, y rompió la cabeza al padre de la dama, que estuvo mucho tiempo a la muerte, y aún tiene la señal de la herida: la princesa desatentada se tiró por la ventana, y se estropeó una pierna, de modo que aun el día de hoy se le conoce que cojea, aunque tiene hermoso cuerpo. Su amante fue condenado a muerte, por haber roto la cabeza a tan alto príncipe. Ya podéis pensar en qué estado estaría la princesa, cuando sacaban a ahorcar a su amante; yo la iba a ver con frecuencia, cuando estaba ella en la cárcel, y siempre me hablaba de sus desdichas.
«Eh bien donc, je vais vous apprendre ce qui est arrivé à une autre grande princesse à qui j’ai montré la philosophie. Elle avait un amant, comme en ont toutes les grandes et belles princesses. Son père entra dans sa chambre, et surprit l’amant, qui avait le visage tout en feu et l’œil étincelant comme une escarboucle ; la dame aussi avait le teint fort animé. Le visage du jeune homme déplut tellement au père qu’il lui appliqua le plus énorme soufflet qu’on eût jamais donné dans sa province. L’amant prit une paire de pincettes et cassa la tête au beau-père, qui guérit à peine, et qui porte encore la cicatrice de cette blessure. L’amante, éperdue, sauta par la fenêtre et se démit le pied ; de manière qu’aujourd’hui elle boite visiblement, quoique d’ailleurs elle ait la taille admirable. L’amant fut condamné à la mort pour avoir cassé la tête à un très-grand prince. Vous pouvez juger de l’état où était la princesse quand on menait pendre l’amant. Je l’ai vue longtemps lorsqu’elle était en prison ; elle ne me parlait jamais que de ses malheurs.