Como buen rústico que era, el señor de la Selle había comido bajo los árboles y como no le agradaba beber solo, había hecho sentarse junto a él a Luneau y le había servido vino del país como a él mismo con el fin de hacerle sentirse cómodo dándole ejemplo. Hasta tal punto que el vino, el calor, el cansancio de la jornada y sobre todo, el trote cadencioso de la yegua, habían dormido al señor de la Selle y llegó a su casa sin saber demasiado el tiempo que había empleado ni el camino que había seguido. Era Luneau el que lo conducía y Luneau lo había conducido bien puesto que llegaban sanos y salvos; sus caballos no tenían ni un pelo mojado. El señor de la Selle no se encontraba borracho. Nunca en su vida lo habían visto perder el sentido. Por lo que, una vez que se quitó las botas, le dijo a su sirviente que llevara la bolsa a su habitación; luego estuvo charlando muy razonablemente con Luneau, le dio las buenas noches y se marchó a dormir sin más demora. Pero, al día siguiente, cuando abrió la bolsa para coger el dinero, sólo encontró gruesos guijarros, y después de inútiles investigaciones, se vio obligado a reconocer que le habían robado.
En bon seigneur de campagne qu’il était, M. de La Selle avait dîné sous la ramée, et comme il n’aimait point à boire seul, il avait fait asseoir devant lui le grand Luneau et lui avait versé le vin de crû sans s’épargner lui-même, afin de le mettre à l’aise en lui donnant l’exemple. Si bien que le vin, la chaleur et la fatigue de la journée et, par-dessus tout cela, le trot cadencé de la grise avaient endormi M. de La Selle, et qu’il arriva chez lui sans trop savoir le temps qu’il avait marché ni le chemin qu’il avait suivi. C’était l’affaire de Luneau de le conduire, et Luneau l’avait bien conduit, car ils arrivaient sains et saufs ; leurs chevaux n’avaient pas un poil mouillé. Ivre, M. de La Selle ne l’était point. De sa vie, on ne l’avait vu hors de sens. Aussi dès qu’il se fut débotté, il dit à son valet de porter sa valise dans sa chambre, puis il s’entretint fort raisonnablement avec le grand Luneau, lui donna le bonsoir et s’alla coucher sans chercher son lit. Mais le lendemain, lorsqu’il ouvrit sa valise pour y prendre son argent, il n’y trouva que de gros cailloux et, après de vaines recherches, force lui fut de constater qu’il avait été volé.