Su voz, aunque algo rara, tenía al menos un efecto sedante; y ni siquiera pude percibir su respiración mientras las fluidas frases salían con exquisito esmero de su boca. Trató de distraerme de mis preocupaciones hablándome de sus teorías y experimentos, y recuerdo con qué tacto me consoló acerca de mi frágil corazón insistiendo en que la voluntad y la conciencia son más fuertes que la vida orgánica misma. Decía que si lograba mantenerse saludable y en buen estado el cuerpo, se podía, mediante el mejoramiento científico de la voluntad y la conciencia, conservar una especie de vida nerviosa, cualesquiera que fuesen los graves defectos, disminuciones o incluso ausencias de órganos específicos que se sufrieran. Algún día, me dijo medio en broma, me enseñaría cómo vivir -, o, al menos, llevar una cierta existencia consciente - ¡sin corazón! Por su parte, sufría de una serie dolencias que le obligaban a seguir un régimen muy estricto, que incluía la necesidad de estar expuesto constantemente al frío. Cualquier aumento apreciable de la temperatura podía, caso de prolongarse, afectarle fatalmente; y había logrado mantener el frío que reinaba en su estancia - de unos 11 a 12 grados - gracias a un sistema absorbente de enfriamiento por amoníaco, cuyas bombas eran accionadas por el motor de gasolina que con tanta frecuencia oía desde mi habitación situada justo debajo.
His voice, if queer, was at least soothing; and I could not even perceive that he breathed as the fluent sentences rolled urbanely out. He sought to distract my mind from my own seizure by speaking of his theories and experiments; and I remember his tactfully consoling me about my weak heart by insisting that will and consciousness are stronger than organic life itself, so that if a bodily frame be but originally healthy and carefully preserved, it may through a scientific enhancement of these qualities retain a kind of nervous animation despite the most serious impairments, defects, or even absences in the battery of specific organs. He might, he half jestingly said, some day teach me to live—or at least to possess some kind of conscious existence—without any heart at all! For his part, he was afflicted with a complication of maladies requiring a very exact regimen which included constant cold. Any marked rise in temperature might, if prolonged, affect him fatally; and the frigidity of his habitation—some 55 or 56 degrees Fahrenheit—was maintained by an absorption system of ammonia cooling, the gasoline engine of whose pumps I had often heard in my own room below.