Las tres monjas, a la luz de las velas que temblaba cálida y veloz como un árbol navideño, le observaban con miradas de profunda compasión por debajo de las viseras de sus cofias. Eran como un espejo. En seis ojos apareció un ligero temor sobresaltado, y luego los seis pasaron, desconcertados, al asombro. Y en las caras de las tres monjas, irremediablemente encaradas con él a la luz de las velas, empezó a asomar una extraña sonrisa involuntaria. En las tres caras, la misma sonrisa crecía de modos muy distintos, como tres flores primorosas que se abren. En el caso de la monja joven, era casi congoja, con un toque de travieso éxtasis. Pero el moreno rostro liguriano de la monja que velaba, una cejijunta mujer madura, se rizó en una sonrisa pagana, lenta, infinitamente sutil en su humor arcaico. Era la sonrisa etrusca, sutil y descarada, e incontestable.
The three nuns, in the candle glow that quivered warm and quick like a Christmas tree, were looking at him with heavily compassionate eyes, from under their coif-bands. They were like a mirror. Six eyes suddenly started with a little fear, then changed, puzzled, into wonder. And over the three nuns' faces, helplessly facing him in the candle-glow, a strange, involuntary smile began to come. In the three faces, the same smile growing so differently, like three subtle flowers opening. In the pale young nun, it was almost pain, with a touch of mischievous ecstasy. But the dark Ligurian face of the watching sister, a mature, level-browed woman, curled with a pagan smile, slow, infinitely subtle in its archaic humour. It was the Etruscan smile, subtle and unabashed, and unanswerable.