Ayer, cerca del medio día, volvía yo del pueblo, y para resguardarme del sol, andaba arrimado a las paredes del cortijo buscando la sombra de los guindos. En el camino, ante la masía, algunos criados silenciosos acababan de cargan una carreta de heno. Las puertas habían quedado abiertas. Lancé una mirada al pasar, y allá en el fondo del patio, de codos sobre una mesa de piedra, la cabeza entre las manos, vi un anciano canoso, con un traje exoesivamente corto y unos calzones hechos pedazos. Me detuve. Uno de los hombres me dijo en voz muy baja:
Hier, sur le coup de midi, je revenais du village, et, pour éviter le soleil, je longeais les murs de la ferme, dans l’ombre des micocouliers… Sur la route, devant le mas, des valets silencieux achevaient de charger une charrette de foin… Le portail était resté ouvert. Je jetai un regard en passant, et je vis, au fond de la cour, accoudé, — la tête dans ses mains, — sur une large table de pierre, un grand vieux tout blanc, avec une veste trop courte et des culottes en lambeaux… Je m’arrêtai. Un des hommes me dit tout bas :