Primer amor / First Love - Nabokov
1.

En aquellos días Biarritz mantenía todavía su carácter. Unas polvorientas matas de zarzamora y terrains à vendre llenos de maleza bordeaban la carretera que llevaba hasta nuestra villa. Todavía habían de pasar treinta y seis años para que el general de brigada Samuel McCroskey ocupara la suite real del hotel du Palais, que se yergue en el solar de un antiguo palacio, donde, en la década de 1860, se dice que aquel médium extraordinariamente ágil, Daniel Home, fue sorprendido acariciando con el pie desnudo (imitando probablemente la mano de un fantasma) el rostro amable y confiado de la emperatriz Eugenia. En el paseo junto al Casino, una florista madura, de cejas de carbón y sonrisa pintada, deslizó con destreza el grueso cáliz de un clavel en el ojal de la solapa de un paseante que al volver levemente la cabeza para contemplar la tímida inserción de la flor sobre su pecho, mostró una expresión de agrado.

Biarritz still retained its quiddity in those days. Dusty blackberry bushes and weedy terrains à vendre bordered the road that led to our villa. the Carlton was still being built. Some thirty-six years had to elapse before Brigadier General Samuel McCroskey would occupy the royal suite of the Hotel du Palais, which stands on the site of a former palace, where, in the sixties, that incredibly agile medium, Daniel Home, is said to have been caught stroking with his bare foot (in imitation of a ghost hand) the kind, trustful face of Empress Eugènie. On the promenade near the Casino, an elderly flower girl, with carbon eyebrows and a painted smile, nimbly slipped the plump torus of a carnation into the but ton hole of an intercepted stroller whose left jowl accentuated its royal fold as he glanced down sideways at the coy insertion of the flower.

2.

Al fondo de la playa, en la línea más alejada de la orilla, una serie de tumbonas y taburetes aguantaban a los padres de unos niños con sombreros de paja que jugaban en la arena junto al agua. Yo estaba arrodillado, entretenido con un peine que me había encontrado en la arena y al que trataba de prender fuego con una lupa. Los hombres lucían unos pantalones blancos que hoy en día consideraríamos excesivamente cortos, como si hubieran encogido en sucesivos lavados; las señoras llevaban, aquella temporada concreta, abrigos ligeros con solapas de seda, sombreros de gran copa y anchas alas, velos blancos profusamente bordados, blusas con volantes encañonados en la pechera, con más volantes en la muñeca y otros tantos en las sombrillas. La brisa sazonaba los labios con sal marina. Y una mariposa dorada en tonos naranjas se precipitó veloz sobre la palpitante playa.

Along the back line of the plage, various seaside chairs and stools supported the parents of straw-hatted children who were playing in front on the s and . I could be seen on my knees trying to set a found comb aflame by means of a magnifying glass. Men sported white trousers that to the eye of today would look as if they had comically shrunk in the washing; ladies wore, that particular season, light coats with silk-faced lapels, hats with big crowns and wide brims, dense embroidered white veils, frill-fronted blouses, frills at their wrists, frills on their parasols. the breeze salted one’s lips. At a tremendous pace a stray golden-orange butterfly came dashing across the palpitating plage.

3.

Los vendedores ambulantes incrementaban ruido y movimiento pregonando sus cacahuetes, caramelos dulces de violeta, helado de pistacho con sus bolitas de cachú de un maravilloso color verde y unas grandes piezas convexas de una especie de barquillo, seco y como arenoso que sacaban de unos barriles rojos. Con una precisión que no han logrado borrar imágenes posteriores, veo todavía al barquillero andando pesadamente por la arena profunda y blanda, transportando el pesado barril con hombros encorvados. Cuando le llamaban, se descolgaba del hombro la cincha con la que lo sujetaba, lo dejaba caer de un golpe en la arena donde se quedaba inclinado como la torre de Pisa y luego se limpiaba el sudor con la manga y procedía a manipular una especie de esfera con números que constituía la tapa del tonel. La flecha giraba, raspaba y zumbaba. La suerte determinaba el tamaño del barquillo que podía comprarse con una moneda. Cuanto más grande fuera la pieza, más lástima le daba.

Additional movement and sound were provided by vendors hawking cacahuètes, sugared violets, pistachio ice cream of a heavenly green, cachou pellets, and huge convex pieces of dry, gritty, wafer-like stuff that came from a red barrel. with a distinctness that no later superpositions have dimmed, I see that waffle man stomp along through deep mealy s and, with the heavy cask on his bent back. When called, he would sling it off his shoulder by a twist of its strap, bang it down on the s and in a Tower of Pisa position, wipe his face with his sleeve, and proceed to manipulate a kind of arrow-and-dial arrangement with numbers on the lid of the cask. the arrow rasped and whirred around. Luck was supposed to fix the size of a sou’s worth of wafer. the bigger the piece, the more I was sorry for him.

4.

La ceremonia del baño tenía lugar en otra parte de la playa. Unos bañistas profesionales, vascos fornidos con trajes de baño negros, contribuían a que las damas y los niños gozaran del terror de las olas. Aquellos baigneurs te colocaban de espaldas a la ola que estaba a punto de romper y te tomaban de la mano en el momento justo en el que aquella masa ascendente y giratoria de espuma y agua caía violentamente sobre ti desde atrás, tirándote al suelo de un fuerte golpe. Tras una serie de revolcones, el baigneur, reluciente como una foca, conducía al niño o a la dama, jadeantes, tiritando, respirando mocos, hacia tierra, hasta la arena llana, donde una inolvidable señora con unos pelillos grises en el mentón se apresuraba a escoger un albornoz de entre los varios que colgaban de un tendedero. En la seguridad de la cabina, otro sirviente te ayudaba a quitarte el traje de baño mojado y lleno de arena, que se desplomaba con un plof en el suelo y se enredaba en los pies. Luego, todavía tiritando, tratabas de sacar los pies de aquel barullo de tela azul con rayas difusas sin conseguir más que pisotearlo una y otra vez. La cabina olía a pino. El empleado, un jorobado con arrugas radiantes, traía una palangana de agua hirviendo, en la que metías los pies. De aquel hombre aprendí, y lo he conservado toda mi vida en una célula de cristal de mi memoria, que «mariposa» en vasco se dice miresicoletea, o al menos eso es lo que yo creí entender (entre las siete palabras que he encontrado en los diccionarios la que más se le acerca es la de micheletea).

The process of bathing took place on another part of the beach. Professional bathers, burly Basques in black bathing suits, were there to help ladies and children enjoy the terrors of the surf such a baigneur would place you with your back to the incoming wave and hold you by the h and as the rising, rotating mass of foamy, green water violently descended upon you from behind, knocking you off your feet with one mighty wallop. after a dozen of these tumbles, the baigneur, glistening like a seal, would lead his panting, shivering, moistly snuffling charge l and ward, to the flat foreshore, where an unforgettable old woman with gray hairs on her chin promptly chose a bathing robe from several hanging on a clothesline. In the security of a little cabin, one would be helped by yet another attendant to peel off one’s soggy, sand-heavy bathing suit. It would plop onto the boards, and, still shivering, one would step out of it and trample on its bluish, diffuse stripes. the cabin smelled of pine. the attendant, a hunchback with beaming wrinkles, brought a basin of steaming -hot water, in which one immersed one’s feet. From him I learned, and have preserved ever since in a glass cell of my memory, that “butterfly” in the Basque language is misericoletea—or at least it sounded so (among the seven words I have found in dictionaries the closest approach is micheletea).

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Nabokov

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Primer amor / First Love

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En aquellos días Biarritz mantenía todavía su carácter. Unas polvorientas matas de zarzamora y terrains à vendre llenos de maleza bordeaban la carretera que llevaba hasta nuestra villa. Todavía habían de pasar treinta y seis años para que el general de brigada Samuel McCroskey ocupara la suite real del hotel du Palais, que se yergue en el solar de un antiguo palacio, donde, en la década de 1860, se dice que aquel médium extraordinariamente ágil, Daniel Home, fue sorprendido acariciando con el pie desnudo (imitando probablemente la mano de un fantasma) el rostro amable y confiado de la emperatriz Eugenia. En el paseo junto al Casino, una florista madura, de cejas de carbón y sonrisa pintada, deslizó con destreza el grueso cáliz de un clavel en el ojal de la solapa de un paseante que al volver levemente la cabeza para contemplar la tímida inserción de la flor sobre su pecho, mostró una expresión de agrado.

Biarritz still retained its quiddity in those days. Dusty blackberry bushes and weedy terrains à vendre bordered the road that led to our villa. the Carlton was still being built. Some thirty-six years had to elapse before Brigadier General Samuel McCroskey would occupy the royal suite of the Hotel du Palais, which stands on the site of a former palace, where, in the sixties, that incredibly agile medium, Daniel Home, is said to have been caught stroking with his bare foot (in imitation of a ghost hand) the kind, trustful face of Empress Eugènie. On the promenade near the Casino, an elderly flower girl, with carbon eyebrows and a painted smile, nimbly slipped the plump torus of a carnation into the but ton hole of an intercepted stroller whose left jowl accentuated its royal fold as he glanced down sideways at the coy insertion of the flower.

2.

Al fondo de la playa, en la línea más alejada de la orilla, una serie de tumbonas y taburetes aguantaban a los padres de unos niños con sombreros de paja que jugaban en la arena junto al agua. Yo estaba arrodillado, entretenido con un peine que me había encontrado en la arena y al que trataba de prender fuego con una lupa. Los hombres lucían unos pantalones blancos que hoy en día consideraríamos excesivamente cortos, como si hubieran encogido en sucesivos lavados; las señoras llevaban, aquella temporada concreta, abrigos ligeros con solapas de seda, sombreros de gran copa y anchas alas, velos blancos profusamente bordados, blusas con volantes encañonados en la pechera, con más volantes en la muñeca y otros tantos en las sombrillas. La brisa sazonaba los labios con sal marina. Y una mariposa dorada en tonos naranjas se precipitó veloz sobre la palpitante playa.

Along the back line of the plage, various seaside chairs and stools supported the parents of straw-hatted children who were playing in front on the s and . I could be seen on my knees trying to set a found comb aflame by means of a magnifying glass. Men sported white trousers that to the eye of today would look as if they had comically shrunk in the washing; ladies wore, that particular season, light coats with silk-faced lapels, hats with big crowns and wide brims, dense embroidered white veils, frill-fronted blouses, frills at their wrists, frills on their parasols. the breeze salted one’s lips. At a tremendous pace a stray golden-orange butterfly came dashing across the palpitating plage.

3.

Los vendedores ambulantes incrementaban ruido y movimiento pregonando sus cacahuetes, caramelos dulces de violeta, helado de pistacho con sus bolitas de cachú de un maravilloso color verde y unas grandes piezas convexas de una especie de barquillo, seco y como arenoso que sacaban de unos barriles rojos. Con una precisión que no han logrado borrar imágenes posteriores, veo todavía al barquillero andando pesadamente por la arena profunda y blanda, transportando el pesado barril con hombros encorvados. Cuando le llamaban, se descolgaba del hombro la cincha con la que lo sujetaba, lo dejaba caer de un golpe en la arena donde se quedaba inclinado como la torre de Pisa y luego se limpiaba el sudor con la manga y procedía a manipular una especie de esfera con números que constituía la tapa del tonel. La flecha giraba, raspaba y zumbaba. La suerte determinaba el tamaño del barquillo que podía comprarse con una moneda. Cuanto más grande fuera la pieza, más lástima le daba.

Additional movement and sound were provided by vendors hawking cacahuètes, sugared violets, pistachio ice cream of a heavenly green, cachou pellets, and huge convex pieces of dry, gritty, wafer-like stuff that came from a red barrel. with a distinctness that no later superpositions have dimmed, I see that waffle man stomp along through deep mealy s and, with the heavy cask on his bent back. When called, he would sling it off his shoulder by a twist of its strap, bang it down on the s and in a Tower of Pisa position, wipe his face with his sleeve, and proceed to manipulate a kind of arrow-and-dial arrangement with numbers on the lid of the cask. the arrow rasped and whirred around. Luck was supposed to fix the size of a sou’s worth of wafer. the bigger the piece, the more I was sorry for him.

4.

La ceremonia del baño tenía lugar en otra parte de la playa. Unos bañistas profesionales, vascos fornidos con trajes de baño negros, contribuían a que las damas y los niños gozaran del terror de las olas. Aquellos baigneurs te colocaban de espaldas a la ola que estaba a punto de romper y te tomaban de la mano en el momento justo en el que aquella masa ascendente y giratoria de espuma y agua caía violentamente sobre ti desde atrás, tirándote al suelo de un fuerte golpe. Tras una serie de revolcones, el baigneur, reluciente como una foca, conducía al niño o a la dama, jadeantes, tiritando, respirando mocos, hacia tierra, hasta la arena llana, donde una inolvidable señora con unos pelillos grises en el mentón se apresuraba a escoger un albornoz de entre los varios que colgaban de un tendedero. En la seguridad de la cabina, otro sirviente te ayudaba a quitarte el traje de baño mojado y lleno de arena, que se desplomaba con un plof en el suelo y se enredaba en los pies. Luego, todavía tiritando, tratabas de sacar los pies de aquel barullo de tela azul con rayas difusas sin conseguir más que pisotearlo una y otra vez. La cabina olía a pino. El empleado, un jorobado con arrugas radiantes, traía una palangana de agua hirviendo, en la que metías los pies. De aquel hombre aprendí, y lo he conservado toda mi vida en una célula de cristal de mi memoria, que «mariposa» en vasco se dice miresicoletea, o al menos eso es lo que yo creí entender (entre las siete palabras que he encontrado en los diccionarios la que más se le acerca es la de micheletea).

The process of bathing took place on another part of the beach. Professional bathers, burly Basques in black bathing suits, were there to help ladies and children enjoy the terrors of the surf such a baigneur would place you with your back to the incoming wave and hold you by the h and as the rising, rotating mass of foamy, green water violently descended upon you from behind, knocking you off your feet with one mighty wallop. after a dozen of these tumbles, the baigneur, glistening like a seal, would lead his panting, shivering, moistly snuffling charge l and ward, to the flat foreshore, where an unforgettable old woman with gray hairs on her chin promptly chose a bathing robe from several hanging on a clothesline. In the security of a little cabin, one would be helped by yet another attendant to peel off one’s soggy, sand-heavy bathing suit. It would plop onto the boards, and, still shivering, one would step out of it and trample on its bluish, diffuse stripes. the cabin smelled of pine. the attendant, a hunchback with beaming wrinkles, brought a basin of steaming -hot water, in which one immersed one’s feet. From him I learned, and have preserved ever since in a glass cell of my memory, that “butterfly” in the Basque language is misericoletea—or at least it sounded so (among the seven words I have found in dictionaries the closest approach is micheletea).

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