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Vicente Huidobro

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El primer hombre que vio la muerte

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Piensa, oh corazón, en el primer hombre que constató el hecho de la muerte. 

¿Qué sentina el primer hombre que se dio cuenta exacta de que la muerte era obligatoria para todos los hombres? 

¿Sentiría dolor o sentiría pánico? 

Seguramente ya los hombres habían constatado la muerte, al ver que otros se quedaban inertes, mudos, inmóviles y como en un largo sueño en el que sus cuerpos se corrompían. Pero estos hombres no habían pensado que ellos también tenían que morir. 

¡Qué desolación tan infinita y llena de terror sentiría en su alma el primer hombre que vio alzarse clara en su cerebro la convicción del fin obligatorio! 

¿O acaso sentiría una triste resignación? 

El primer hombre que vio morirse a otro lógicamente creyó que se había dormido y tal vez cuando lo quiso despertar creyó que se hacía aun el que dormía. 

Mas cuando notó que la broma se prolongaba demasiado es seguro que sufrió un horrible desconcierto. 

Y aquel hombre, sin duda alguna, volvió todos los días lleno de temerosa curiosidad y de sigilo, a observar el cuerpo de su hermano tendido en la tierra e inmóvil por completo. 

¡Cómo espiaría el menor movimiento del cadáver, la más mínima insinuación de un gesto! 

Hasta que al fin la esperanza murió mutilada por el olvido. 

Y después vino aquel hombre, enorme genio de su tiempo, cuyo nombre nadie sabe, y pensó:  todos hemos de morir. 

Tal vez el miedo que ese hombre sintió a la muerte, y el misterio  impenetrable y obscuro que vio más allá de la vida, fueron los factores que crearon a Dios y al otro mundo. 

Ese hombre inventó a Dios. Su miedo lleno de obscuridades creo el mundo de ultratumba. 

¿Cómo queréis entonces, oh filósofos de hoy, que el hombre no ame a Dios si Dios fué su primer consuelo en su mayor dolor? 

El miedo lleno de melancolía de aquel hombre ante la muerte sigue vibrando aun en todos los hombres como una onda eléctrica que se prolonga en el tiempo. 

Es un miedo absurdo, ilógico y sin embargo cada vez que pensamos que hemos de dejar la vida, este conjunto de pequeños acontecimientos, esto tan agradable que es la vida, cómo llora nuestro desesperanzado corazón. 

Temblamos desesperadamente ante la idea de sentirnos muertos. 

¡Pero si no nos sentiremos! 

Temblamos desesperadamente ante el misterio en que vamos a estar. 

¡Pero si no estaremos! 

Todo nuestro sufrimiento depende de que prolongamos nuestro yo mas allá de la vida. 

Como veis todo nuestro sufrimiento nace de una absoluta falta de lógica. 

¿Por qué tener miedo y sufrir ante el mas allá cuando la no existencia de la muerte es igual a la no existencia de antes de nacer? 

Y por el no ser de antes de venir al mundo ya hemos pasado. 

Estuvimos en la nada y no nos dimos cuenta. Es decir, no estuvimos. 

Así no nos daremos cuenta cuando volvamos a la nada. 

Por lo tanto es absurdo sufrir con la idea de no ser, puesto que entonces no sentiremos, ni sufriremos. No seremos. 

Además nuestra propia vida ¿no es una continua sucesión de muertes? 

Cada instante que se va, cada momento que pasa con todos los sentimientos y hechos que lo acompañan ¿no es acaso una verdadera muerte? 

Y ni siquiera nos damos cuenta. 

En cada uno de esos momentos morimos. Nos vamos con ellos. Ninguno de ellos puede repetirse igual. Es como una serié de cuadros originales y únicos que se caen y se rompen. 

Es una larga sucesión de muertes. 

¿Pero para qué raciocinas tanto, corazón, si mientras más te engolfas en la idea de la muerte, más te siento llorar a la vida que se te escapa? 

¿Tratas, acaso de engañarte a tí mismo como un niño que va a palpar las sombras para deshacerlas?

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