Bendita seas, Madre, porque tus ojos abiertos al infinito están siempre prontos a todas las maravillas.
Bendita seas, porque siempre estás inclinada sobre todos los dolores.
Bendita seas, Madre, porque tu espíritu es una mezcla de música y poesía y tiene la harmoniosa aspereza de los grandes espíritus.
Bendita seas porque tus ojos dominadores con frecuencia se nublan de lágrimas y muchas veces la tristeza ha dormido bajo tus párpados.
Bendita seas porque tienes la mirada clavada en Dios y los brazos tendidos hacia el vacío.
Madre, cuando hablas se abren puertas luminosas en el infinito.
Bendita seas porque tú recorres la vida como una dulce sombra tras de tu espíritu vigoroso.
Madre, ante mis ojos te presentas nimbada por el halo de lo extraordinario.
Y mi espíritu te da las gracias enternecido porque tú le diste todas las llaves imposibles y porque tú le enseñaste a amar la excelsa claridad de los horizontes.
Tú eres casi inmaterial y tu espíritu ondula y resplandece como el fuego, y yo siento en mi interior esta misma ondulación de luz como si se hubiera prolongado hasta mí.
Tu alma está llena de Dios como un cántico sagrado y tus ojos dulcificados ante él han dado a los míos la adoración de todas las bellezas.
Bendita seas, Madre, y que veas crecer a tus hijos y a tus nietos y que te rodeen hasta la cuarta generación y que todos ellos estén bajo tus ojos como a la sombra dulce de la higuera.