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Vicente Huidobro

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Parábola del buscador

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Los magnolios han florecido. Sentémonos, querido Sebastián, a la sombra de los magnolios. 

El viento traerá a nosotros el aroma de las flores nuevas. El viento es un buen mensajero. 

— Continuad, maestro, hablándome de los hombres que buscan. 

— ¡Ah! querido Sebastián, que nunca tengan tus ojos el ansia de los ojos que buscan. 

No busques nada fuera de tí mismo, todo lo llevas contigo. Eres el portador de todos los tesoros y no lo sabías. No se quebranten tus pies por inútiles caminos. Anda siempre por tu camino interior. 

Créeme, Sebastián, sólo el día que dejes de buscar, hallarás lo que anhelas. 

Y ahora escúchame, voy a referirte la Parábola del Buscador: 

Un joven elegantemente vestido recorría las calles de una ciudad, preguntando con verdadera desesperación a todos los transeúntes si habían encontrado en el paseo un anillo de brillantes que había perdido. 

— Es un recuerdo de familia, gritaba el joven. 

¡Por Dios, dígame Ud., si lo ha visto! Pero todos respondían negativamente. 

Por fin dio la casualidad que pasara por allí un anciano de barba blanca que andaba con paso lento y mesurado. 

Dirigiose el joven a él y le dijo: — Buen anciano, Ud. que lleva la cabeza inclinada y va siempre mirando a la tierra, dígame, por favor, si ha encontrado en el camino un anillo de brillantes que se me ha perdido. 

Señor, añadió el joven con voz angustiada, es un viejo recuerdo de familia, por eso me importa tanto. Es el único anillo que he tenido en mi vida. 

Levantó el anciano la cabeza, mirole a la cara y luego exclamó: 

— ¿Dice Ud. que es el único que ha tenido en su vida? 

— Sí, buen anciano. 

— Entonces está Ud. medio ciego, joven. Vaya a su casa y desnúdese para dormir. No busque más y su anillo aparecerá. 

Dicho esto el anciano se alejó y el joven, aunque sin entender palabra, se dispuso a obedecer, más por cansancio que por espíritu de obediencia. 

Llegó a su alcoba y he aquí que al sacarse los guantes aparece antes sus ojos el anillo que creía perdido. 

— Pero ¿cómo es esto? exclamó el joven lleno de sorpresa. Lo llevaba conmigo y lo andaba buscando. Con razón me dijo el anciano que estaba ciego. Y he recorrido toda la ciudad buscando mi anillo. El miedo de perderlo me había puesto ciego. 

— Querido Sebastián, no olvides esta parábola y nunca busques nada fuera de tí mismo. Muchas veces he visto tu alma en espera de Dios. Dios es ella misma, eres tú mismo. No lo busques en otra parte.

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