Querido Sebastián ¿Has pensado alguna vez en lo que pudo no ser?
— A veces he pensado, pero ha sido un pensamiento fugaz, rápido, que apenas ha despuntado en mi cerebro y se ha desvanecido sin que jamás se me ocurriera analizarlo.
— Escúchame Sebastián: Una tarde tenía yo en mis rodillas a mi hija y mirando su carita y escuchando su deliciosa jerga, sentía tal encanto como si sus palabras fueran una lluvia fresca y perfumada que me invadía el alma y me envolvía en un éxtasis maravilloso.
Mi espíritu nadaba en una inmensa beatitud, en una inefable dulzura y lleno de agradecimiento hacia todo, aun a lo más nimio, sentía unas ansias de llorar por todo.
Tenía los ojos tristes de serenidad, luminosos de Dios y mi alma latía de gratitud.
Entonces pensé que aquel ser encantador, que me producía ese sublime estado de una grandeza milagrosa, pudo un día no haber nacido.
Pensé que el hecho de que ella pasara el umbral que trae a la vida, dependió únicamente de un acto caprichoso, como humano, y que de no haberse realizado tal como se realizó, seguramente me habría privado de aquel ser que tanto encantamiento me producía o habría sido otro diferente, no mi hija con esos mismos ojos claros, con esa misma boca pequeñita y bien lineada, con todas esas facciones perfectas o no perfectas, pero que yo adoraba por ser de ella.
Pensé que por un minuto de tiempo pudo dejar de existir todo su encanto.
Y pensé que si no hubiera existido, yo no la habría echado de menos, yo no hubiera sentido en mi corazón la falta de su existencia.
Entonces escribí esta estrofa, que al leerla una tarde en medio de mis composiciones, sólo uno de mis amigos me detuvo en ella y me la hizo repetir con verdadera posesión:
Amigos: ¿Nunca en la noche habéis sentido Al ser que quiere tomar vida Y se desliza azorado como un niño perdido? Yo amo mucho a los hijos que no he tenido... ¿Por qué pasé el umbral que trae a la desdicha?
Créeme, Sebastián, yo siempre pienso en los seres que vienen a golpear nuestras puertas y las encuentran cerradas.