El amigo solitario, el de las pocas palabras y de ademán meditativo, exclamó: 

He sido siempre un gran huraño, bien lo sabéis vosotros, y en medio de los hombres he sentido mucho más mi soledad. 

Hasta las altas horas de la noche me paseo por mi alcoba meditando, y sumido en estupendas ensoñaciones. Este es el único momento en que no me encuentro solo. 

En medio de las mayores orgías, en medio de las más bellas mujeres, yo siento por entero mi soledad. 

Y veo en los rostros de los hombres que con ellas danzan, que ellos también sienten su soledad. 

Pero, yo he sabido conservar mi juventud espiritual dentro de mi vida austera, en cambio, ellos que han querido emborrachar sus soledades, han perdido todo vestigio de juventud y me miran llenos de nostalgia y ansiedad como los camellos miran el oasis tras un largo andar. 

Yo he sabido conservar mi adolescencia tras un muro de silencio y ellos la han desperdiciado como un frasco de perfume que se ha quedado abierto. 

Por eso ellos parecen sonrojarse de haber sido jóvenes un tiempo y reniegan de todas sus audacias de ayer. 

Yo soy el único árbol que ha sabido conservar sus hojas después de la primavera. 

Pero, a pesar de todo, cuando estoy en medio de los hombres, siento más honda mi soledad y en medio de sus risas y sus conversaciones y aun en los labios de las bellas mujeres yo siento mi espíritu siempre lejano, siempre distante, vagando en inauditas y luminosas regiones. 

Vosotros, oh amigos, me comprendéis. Mas yo siento por ti, oh Amigo Sátiro, una enorme compasión, porque tú nunca tendrás una realización completa, siempre has de anhelar una mujer imposible. 

Pero ¿cuándo dejaremos de ansiar eternamente?