El amigo sátiro, retorciendo su cuerpo como una hoguera, frente a la tarde que se moría en una entrega luminosa, habló de esta manera:
¡Oh que desesperación la de mi alma cuando cruzan ante mis ojos las mujeres hermosas que nunca han de ser mías y mi cuello se estira hacia ellas en un ansia suprema y mis pies quebrantados siguen tras sus pasos!
Muchachitas de hombros redondos que pasáis ante mí en las tardes de primavera, mis ojos besan vuestros escotes y se resbalan por la canal de vuestros senos y mis manos adivinadoras de vuestros encantos presienten las delicias del tanteo.
Muchachitas que atravesáis en medio del bullicio de las calles como enormes luminarias llenando de ritmo y de alegría el desorden de las gentes.
Mi tristeza se disuelve en la tarde, contemplando la danza provocadora de vuestras caderas que se pierden a lo lejos y la gracia de esas cabelleras flotantes tras de vuestros pasos menudos.
Yo sé que vuestros encantos siempre serán un misterio para mí. He ahí mi mayor tortura. Y yo sé que esos encantos secretos que yo comulgaría como un místico y que son imposibles para mí, quizás se entregarán sin reservas a la brutalidad codiciosa de un hombre vulgar y sin finura.
Y vosotras ¡Oh mujeres que pasáis colgadas del brazo de vuestros maridos! Yo sé que vuestros senos se tienden hacia mí ansiosos de morir en una larga languidez en otros brazos que no sean los de siempre.
¡En los ojos del esposo murió ya la ilusión y la inquietud tremante murió en vuestro espíritu!
Vosotras miráis a vuestros maridos como el encarcelado al libro que ha leído cien veces por no facilitársele otro para endulzar las soledades de la celda y por eso me mirabais a mí con el ansia de una nueva historia.
Vuestros ojos se humedecían de deseo y vuestra cabeza quería reposar sobre otro pecho fuerte y lleno de ilusión y vuestra cadera erguida como un arco triunfal sentía el anhelo de otra mano que se paseara temblando sobre ella como en la primera noche inolvidable.
Vuestra carne os daba una orden de renovación y por eso ante la presencia del amigo vuestro espíritu ondulaba como una llama.
Él representa para vosotras la renovación, él representa la conquista de un nuevo misterio, él representa la inquietud olvidada y el olvidado temblor.
Él es el otro. El otro que vuestro corazón sentía venir desde tanto tiempo y para cuyo recibimiento se estaba engalanando de experiencia para multiplicar las delicias y hacer más sabias las primeras entregas.
Pero el otro de vuestros ensueños tampoco seré yo: ¡oh mujeres imposibles! Siempre seréis un misterio para mí, siempre me daréis la tortura de vuestro enigma y mi corazón se deshojará bajo vuestros pasos en un gesto estrábico y absurdo.
Y os veré pasar regiamente ante mí todas las tardes con la pomposidad de vuestros senos airosos y la elegancia de vuestra espalda blanca y las venas azules del cuello hinchadas de sensualismo y el bello desorden de los pequeños cabellos de la nuca.
¡Oh mujeres, os veré pasar regiamente ante mí todas las tardes!
La fiebre me nublará los ojos y me hará tambalear y tendré que apoyarme en las paredes de las casas.
Y yo sé que mis labios nunca poseerán vuestros besos, y mis ojos nunca se cerrarán sobre los vuestros en^el instante supremo, y no aspiraré el perfume de vuestro cuerpo, y mis manos nunca descubrirán vuestros misterios y mi cabeza nunca se dormirá en la cuna temblante de vuestros senos.
Nunca.