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Vicente Huidobro

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Iremos a la tarde

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¡Oh esposa mía! Mi espíritu sigue ávido de sensaciones. Quiero salir de la ciudad. 

 Iremos al silencio de la tarde y allí dejaremos las palabras y cantarán las manos y los ojos. 

 Nos tomaremos las manos, y ellas con una suavidad de lirio, cortarán el silencio y dirán su poema bajo el cielo violeta del crepúsculo ¡Pondremos toda el alma en las manos! 

 Nos miraremos largamente y nuestros ojos, con esa opaca luminosidad de los estanques nocturnos, reflejarán todo nuestro cielo interior y dirán su poema bajo el ocaso violeta. ¡Pondremos toda el alma en los ojos! Y tus ojos tendrán la dulzura de la tarde. 

 Y al envolverme con tu larga mirada de seda, mi alma se pondrá grande y luminosa como un horizonte. Y mi corazón rompiendo sus límites sentirá el ansia de diluirse en todas las cosas y darse por entero a todo. 

 He aquí que éste será tu mayor triunfo. 

 Apoyarás tu cabeza en mi hombro ¡Oh esposa mía! y el ensueño dolorosamente feliz te hará caer los párpados como dos hojas amarillas. 

 Sentiremos al Silencio que va sobre los valles como un monje cartujo bajo su capucha obscura y las manos ocultas en las mangas. Lo sentiremos alejarse, oiremos su rezo opaco y monótono y soplará un vientecillo fresco. 

 Crujirán las hojas en el suelo, como mantos de espíritus que se arrastran por la tierra. 

 Y la melancolía de la tarde nos pondrá dulce el corazón y suave la mirada. 

 Y cuando la tarde haya muerto con una muerte límpida y serena como la muerte de un niño o de un asceta, volveremos a la ciudad. Llegaremos a la ciudad y miraremos a las gentes como hermanos y lo amaremos todo porque nuestra alma estará purificada. 

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3 minutos 41 segundos

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