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Vicente Huidobro

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Salmo del amor fuerte

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¡Oh Amada de la frente clara y luminosa como una agua pura, mi corazón tiembla de agradecimiento a tus finezas! 

 Mi corazón te devuelve en cantos tus suavidades infinitas como el cerezo devuelve en flores los besos del agua. 

 Oh Amada, desátame esta angustia que me ahoga. 

 Yo sé que tú me amas porque cuando nos encontramos en la tardes y miro tus ojos veo que me has llevado en ellos durante todo el día y porque en las noches siento que duermo bajo tus párpados. 

 Yo sé que pienso en ti porque me siento invadido de una inmensa dulzura y porque mi espíritu se llena de pétalos frescos y mis ojos se van como pisando sobre rosas lejanas dormidas bajo la luna. 

 Yo sé que tú me amas porque después de los primeros besos, con toda tu alma y tu sangre, poniéndote en las palabras toda entera, como la luz en el día, me dijiste: Gracias, gracias. 

 Yo sé que tú me amas porque después del instante supremo, de ese instante supremo de las grandes pasiones que parece que repercutiera en la eternidad, tu silencio se durmió sobre mi frente lleno de confianza y yo sentí que te morías en mis ojos. 

 Y yo sé que te amo porque quisiera que todas tus cosas quedaran dentro de mí y porque mis labios quisieran besar todas tus acciones. 

 Yo sé que te amo porque después que te vas, la cabeza se me cae a las manos y siento que la muerte se recuesta en mi espíritu. 

 Yo sé que te amo porque después que te vas, mis ojos no ven nada y nada escuchan mis oídos y mi corazón siente un no sé qué triste y lento que se le infiltra gota a gota. 

 ¡Oh Amada, derrama constantemente en mi alma toda tu ternura, que por mucho que viertas, siempre quedará en ella lugar para llenar! 

 Yo sé que te amo porque mi vida se siente presa en tu espíritu como en un mar de estupendas harmonías. 

 Y he aquí que yo cuido como un tesoro mi espíritu y mi cuerpo porque sé que en todas partes has, puesto tus miradas. 

 Yo te ofrezco todos mis actos y todas mis alegrías como un vaso de miel o un cesto de frutas. 

 Amada, cuando pienso en ti hay algo en mí que se arrodilla y todo mi orgullo de poeta se deshoja a tus plantas como un lirio humilde. 

 Cuando la noche entra en mi alcoba tú vienes con ella a dormirte sobre mi corazón y cuando la mañana llega dulcemente a mis ventanas tú vienes con ella a sonreírte sobre mis labios. 

 Quisiera asomarme a tu alma como a una caja de música para escuchar otra vez lo que dijiste el otro día: No podría saber cuando comencé a quererte. ¡Te amo desde toda la eternidad! 

 ¡Ah! si tu alma fuera una caja de música y pudiera hacerla repetir sus harmonías a cada instante! 

 Dime, amada, cuando tú estés viejecita y seas abuela y pases alguna vez de la mano de una de tus nietecitas frente a las ventanas de la alcoba de nuestros primeros besos ¿qué sentirá tu corazón? 

 Y cuando te asomes a la vida pasada como quien abre una ventana para mirar una procesión y veas mi figura clara y precisa, mis ojos que te envolvían en suavidades y mis labios donde tantas veces los tuyos se durmieron largamente, dime ¿te sonreirás o llorarás? 

 Y si tu nietecita te pregunta por qué sonríes ¿qué le contestarás? Y si te pregunta por qué lloras, dime, Oh Amada, ¿qué le has de responder? 

 No lo sabes. Pero moverás desoladamente tu cabeza blanca como un campanario todo nevado de palomas, sentirás que una angustia muy grande oprime tu garganta que yo tanto he besado y apretando la mano de tu nietecita le dirás: Ama, hija mía, ama mucho. Y sentirás no haberme amado mas.

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