¡Oh Amada, cuando me miras, tu mirada llena toda mi alma como la luna llena la noche! Y yo siento que tu alma se alarga hacia la mía hasta hacerse ambas una sola.
Amada, cuando sonríes es como si deshojaras flores sobre mi corazón. En tus sonrisas cantan todas las virtudes y juegan como niños todas las purezas.
Yo amo tus ojos y tus sonrisas.
Yo amo tus ojos porque están suaves de serenidad, porque ellos hacen el camino de rayitos luminosos por donde viene tu alma a la mía.
Tus ojos me hacen un camino inacabable que pasa de la vida y por ese caminito de luna se va mi corazón con el silencio delicado de la sombra de una enfermera, con el andar de seda de la muerte.
Yo veo tras tus ojos un presentimiento medroso de alcoba a media luz, un niño que duerme bajo una pantalla azul y una luna que se pasea por selvas infinitas.
Oye, Amada, tus ojos son dos santos que absuelven mis acciones y aprueban mis designios.
¿Irías a ser muda que Dios te dio esos ojos?
Tus ojos son dos caminos que llevan de la luz a la sombra callada.
Bendito sea el sendero de tus ojos que me llevó hasta tu alma.
Deja, oh Amada, deja que mis ojos cansados de lejanías caminen por el sendero de los tuyos.
Yo amo tus sonrisas, Amada, porque ellas son el premio a mis fatigas y a todas mis bellezas.
Ellas cantan mis buenas acciones persiguiéndose unas a otras, como en una ronda de ondinas que bailan junto a un lago.
Tus sonrisas abren una ternura de flor en medio de mis tardes y tienen una tenue inmaterialidad.
Tu sonrisa es esquiva como la sombra de una ala en las aguas dormidas de los estanques.
Tus sonrisas son variadas y distintas como las rosas a distintas luces.
¿Cuál será la sonrisa que ostentes cuando muerta?
¡Oh Amada, cuando me das la mano siento que te me entregas toda y que mi mano toca tu corazón!
Gracias doy a tus manos porque llenan de flores la alcoba de mis abstracciones y suavizan mi frente dolorosa de meditar.
Porque sólo ellas escuchan la confidencia de mis trémulas inquietudes.
Porque sólo ellas reciben todas las ondas de mis nervios enfermos.
Tus manos hablan y aconsejan con una dulzura de abuela blanca.
Tus manos, oh Amada, dicen a las mías los estremecimientos del amor y el sigilo aterciopelado de la tristeza.
Tus manos siempre dan. Ciérralas para que se lleven mis besos y mis lágrimas.
¿Irías a ser ciega que Dios te dio esas manos?
¡Oh Amada, cuando me besas siento que la eternidad me envuelve como una noche y me siento infinito y lejano y me parece que el amor de todos los siglos se agolpa a nuestros labios!
En tus besos se sobrehumaniza una melancolía inmensa.
¿Por qué pienso en los besos de los adioses lejanos que se deshacen en las frondas de la noche?
Amada, cuando me besas a tus ojos se asoma un ocaso espiritualizado que viene de las selvas obscuras y una vaguedad lejana teje rayos de luna sobre sus aguas pálidas.
Tus besos son la intención de hacerme eterno.
Amada, mi alma te bendice enternecida por todos tus encantos.