La Montaña se levanta a lo lejos como un cáliz en el instante del ofrecimiento supremo.
La Montaña se levanta a lo alto en medio del paisaje como un impulso bueno y una acción sublime.
Ella es orgullosa y solemne como una idea genial.
Ella ha escuchado el rugido de las nubes en las noches de tempestad y los cielos le han dicho suavemente al oído sus más hondos secretos.
¡Oh Montaña maravillosa, descubre a mis ojos tus pequeños y tortuosos senderos para que mis pies puestos frente a ellos sientan el ansia de subir indefinidamente!
¡Oh Montaña! Tú te levantas a los cielos con el ansia de entregarte toda y tu boca busca anhelante la lascivia de las nubes; pero basta observarte para ver que tu entrega ha quedado trunca.
¡Nunca podrás despegarte plenamente de la tierra!
Pero yo te amo porque veo tu frente en los astros y tu raíz en los abismos.
Yo te amo porque te duermes tranquila, guardando ciencia y tesoros, arte y leyenda, en tus entrañas.
Yo te amo porque sólo tú tienes rumor de eternidad, porque sólo tú eres en la naturaleza la estatua maravillosa del Silencio.
Todo resuena en ti y todos los rumores de la tierra van a dormirse dulcemente entre tus pliegues.
La enorme soberbia de los rugidos del mar al llegar a tí parece que cayera de rodillas e inclinara la frente rendida y respetuosa como ante un dios impenetrable.
El ruido de las selvas viejas y lejanas llega a besar tus pies como el lamido de un perro humilde.
El rumor de los ríos solemnes se recuesta en tus faldas, como aletargado, y los sollozos de la tarde te besan blandamente.
¡Oh Montaña, acaso tú no prestas oído sino a los designios de Dios!
Y he aquí que por eso tú pareces el canto de un profeta.
Y he aquí que por eso al perderte en el espacio tú semejas un corazón que ofreciera la ardiente ternura de la fe a la intranquilidad de una esperanza.
¡Oh Montaña, cuando tú das sombra, tu sombra me parece un pensamiento o un designio de ese Dios en quien mi espíritu no cree!
Yo te amo con toda mi ternura ¡Oh Montaña! porque tu frente es triste bajo la nieve, como la frente de una abuela.
Tú eres la madre de la nieve, de la nieve que llora entre la rama de los algarrobos.
Tú eres la madre de la nieve que es blanca como los brazos de la hermana de mi espíritu.
Tú eres la madre de la nieve que en las tardes es sonrosada como la flor de los duraznos.
¡Oh, yo amo enternecidamente a la nieve dolorosa que siempre está en el momento de las despedidas!
Yo quisiera subir a ti, ¡oh Montaña! con la muy amada de los ojos luminosamente hondos e internarme entre tus árboles para sentir con ella la palpitación de toda la naturaleza, para contemplar de lo alto los paisajes atardecidos del llano, para que el último rayo del sol nos llegue entre las ramas y haga dibujos en su rostro.
Yo quiero subir a ti con ella para que sintamos sobre nuestras cabezas toda la eternidad.
Yo quiero subir a ti con ella para que mi corazón se sienta nadando en harmonía y mis ojos se llenen de lágrimas y se me ahogue la voz en la garganta.
¡Oh amada de los ojos luminosamente hondos, sube, sube para que vuelvas a la ciudad con el olor de las manzanas silvestres y con la frescura de las hojas verdes!
Sube, hermana de mi espíritu, verás en la tarde las otras montañas azulosas.
¿Has observado bien las montañas en el invierno?
¿No es verdad que parecen mujeres desnudas de grandes caderas y senos firmes con la cabellera suelta, tendidas voluptuosamente sobre las hojas secas de las llanuras?
Toda esa visión estupenda palparán tus ojos si vienes conmigo.
Sentirás cómo la tarde va resbalando en tu espíritu y yo te amaré como nunca.
Tú me pedirás que te cante y mi corazón se sentirá infinito y yo lo pondré a flor de mis labios para besarte.
Y yo te cantaré la única melodía siempre nueva.
Y todo lo grande y más enigmático de mi alma brotará de mis labios en un solo canto suave y sencillo.
Luego nos sentaremos en un tronco caído, nos miraremos en un sabroso éxtasis callado; después nuestras miradas se irán como una bandada de pájaros dolientes a las lejanías.
Y nos volveremos a mirar y mis ojos rozarán con su ala temblante tus cabellos rizados por el viento.
Escucharemos con la cabeza inclinada.
Aparecerá la luna y el Silencio, con los ojos entornados, rezará su salmo milagroso.