Soy una inmensa pincelada gris.
El paisaje tirita de frío y los árboles parecen cruces.
La lluvia cae lenta y grave, cae infinitamente.
No hay flores, no hay frutas, no hay hojas.
¿Por qué me habéis abandonado?
Soy un largo llanto de madre.
Detrás de la ventana ella y él miran caer la lluvia, sienten que la tarde se les filtra en el alma, conversan y bostezan.
— Prended la estufa.
— Mira como las llamas levantan sus orejitas de conejo para oír lo que hablamos.
— Curiosas.
Soy una inmensa pincelada gris.
Mis sauces cubiertos de nieve parecen grutas con sus estalactitas.
Otros árboles parecen abuelos de pelo y barba blanca.
Mis caminos son tristes y largos como sollozos y parece que vinieran de los polos.
Yo sé ¡oh viejo Invierno! por qué te gusta que salga el sol cuando llueve. Para colocarte el arco iris en el dedo o si es muy grande ostentarlo de aureola sobre tu cabeza, para que los niños no te crean malo.
— ¿Por qué tembláis, hijos míos, en las noches de Invierno?
Vosotros creéis que el Invierno es un viejo malo, por eso vuestros ojos me piden protección.
¿Y cómo no habéis de creerlo si en estas noches eternas los perros aúllan y aúllan a la muerte?
Parece que la melancolía se hubiera quedado largamente dormida sobre los campos.
Y el Invierno llora, llora, llora dulcemente.
¡Dejadlo que llore y que desahogue su tristeza! Demasiado tiempo ha contenido sus lágrimas.