Callando, ¿quién persuadió?
 ¿Quién venció sin intentar?
 ¿Quién obligó sin rogar?
 ¿Quién sin pedir alcanzó?
 Aun con los dioses, que entienden
 las humanas intenciones,
 a fuerza de peticiones
 negocian lo que pretenden;
 y al fin, para concluir,
 oye una comparación:
 Al tribunal del león
 llegó una oveja a pedir
 justicia de un carnicero
 lobo, que un hijo le había
 muerto, de dos que tenía;
 y con el otro cordero
 que vivo quedó, postrada,
 por dalle más compasión,
 ante los pies del león,
 calló un rato, o bien turbada,
 o bien por encarecer
 desta suerte de su mal
 el extremo, que es señal
 de gran pena enmudecer.
 Estaba hambriento el león,
 y como calló la oveja,
 o no previno su queja,
 o no quiso su intención
 entender; hízose bobo,
 y fingiendo que pensaba
 que el cordero le endonaba,
 hizo lo mismo que el lobo.
 La oveja, con agonía
 balando, empezó al momento
 a declaralle el intento
 con que allí venido había.
 Mas el dijo : —No negaras
 tanto la voz a los labios:
 si era contar tus agravios
 tu fin, al punto empezaras,
 hablando, a informarme dellos;
 que en esto de corazones
 sabemos más los leones
 de comellos que entendellos.
(La amistad castigada, acto 2°, escena IV.)