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Martínez de la Rosa

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El topo y el gusano de luz

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Por una estrecha hendidura
sacó la cabeza un topo,
con poca carne en los huesos
y mucha piel en los ojos.
No sabe si es noche o día;
pero siente en el contorno
a un gusanillo de luz,
y le dice de este modo:

—Ufano puedes estar,
tamaño como un gorgojo,
llevando en parte vedada
la linterna por adorno:
ya la muestras, ya la ocultas,
tan altivo y orgulloso
como fanal que en la torre
enseña el puerto al piloto.

—No tal —contestó el gusano—,
que mi pequeñez conozco;
mas a ninguno hago daño,
y algún bien procuro a otros.
Doy luz, oculto en la hierba,
sobre las plantas me poso,
y los insectos acuden
a guarecerse en su tronco.
Ni destruyo las raíces,
ni las semillas me como,
ni por temor a los hombres
bajo la tierra me escondo.

Esto dijo el gusanillo;
y lo dijo con tal tono,
que el dañino animalejo
quedó aún más ciego de enojo:
fue a replicar, y no pudo;
sintió encendérsele el rostro,
y, murmurando entre dientes,
metióse dentro de un hoyo.

Así en el mundo sucede:
que los más torpes y tontos,
al que brilla poco o mucho
le zahieren envidiosos.

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