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Fernández de Lizardi

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Cintia y su criada

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Muy satisfecha Cintia,
sus gracias comtemplaba,
en pie, frente al espejo, .
una hermosa mañana.

Después de unos instantes,
da un grito y se desmaya,
porque ve sus mejillas
descoloridas, pálidas.

-¡Ay, Aminta! ¿qué es ésto?
pregúntale a su criada;
qué es lo que me sucede?
Los colores me faltan.

-Señora, no se asuste,
responde la bellaca:
si está usted más hermosa .
que la naciente alba.

-Te equivocas, Aminta;
pálida está mi cara.

-Es aprensión, Señora:
está usted sonrosada;
y tanto, que la rosa,
la púrpura y la grana,
junto a la faz tan linda
de usted, veranse blancas.
La cosa en mí consiste;
yo cometí la falta
de no limpiar la luna,
dejándola empañada.
Pero usted está bella ,
muy arrogante y sana;
y envidia sus hechizos
darán a cualquier dama.

Agradecida Cintia,
contéstale a su Criada: .
-Buen susto me has quitado;
se conoce que me amas .

Así, ni más ni menos,
aI vanidoso engaña
aquel que con lisonjas
sus defectos solapa.

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