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Alberto Leduc

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Mimí

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A TERESA LOZANO.

En Diciembre del 84 aún carenaba el "Independencia en Ocean Dry-Dock; y yo, junto con otros grumetes, me paseaba una Noche-buena por las calles de Nueva Orleans.

Estaba muy avanzada la noche y hacía frío; me había despedido de todos mis compañeros, y solo, taciturno, pensando en seres que quizá a esa hora bailaban u oían Misa del Gallo, me alejé del centro de la ciudad, buscando un café cantante de tercer orden en donde calentar mi estómago con un punch y mis miembros junto a una chimenea, cuando en el recodo de una callejuela adyacente a Royal Street, me encontré con Mimí y con su negro acompañante.

Mimí tenía los ojos claros, las pestañas rizadas, el talle fino y quince años de arrastrar sobre la tierra de la Luisiana su existencia de bohemia, de miserable mendiga cantadora.

Toby era un negrillo con más perfiles de macaco que de hombre; Toby hacía girar la manivela de un organillo cuando Mimí cantaba.

A través de mis nocturnas correrías había yo trabado relaciones con la mendiga, y muchas horas me pasé, largas y tristemente halagadoras, escuchándola cantar mientras Toby movía sus rojizos labios, enseñaba su blanquísima dentadura y hacía girar la manivela del organillo.

Pero siempre me había encontrado con Mimí y con Toby en tabernas, en cafés cantantes y en plazas públicas; nunca había podido conocer su habitación, que yo adivinaba miserable y triste.

Hacía gran frío, mucho frío, aquella noche de Diciembre que yo encontré a Mimí en una callejuela adyacente a Royal Street; sus carnes blancas temblaban bajo los harapos de la mendiga y apresuró el paso seguida de Toby, sin advertir que yo la observaba y la seguía.

Muy pronto adiviné que el negrillo y la bohemia habían bebido más ponches que los de costumbre, pues ambos tambaleaban y se detenían de cuando en cuando a mirar cómo cintilaban sobre el cielo las estrellas blancas.

Atravesamos muchas callejuelas obscuras y estrechas, pasamos frente a muchas tabernas iluminadas interiormente, y llegamos por fin a una en donde entró Mimí.

Allí cantó le pays oú fleurit l´oranger, y bebió dos ponches.

Salió y volvimos a emprender la caminata sin rumbo a través de callejuelas y calles.

Mimí y el negro organista se echaron a andar muy de prisa, hasta que llegaron al extremo de Dauphine Street. Allí, frente a una puertecita verde, ambos se detuvieron y yo intenté acercarme. El negrillo y la mendiga empujaron la puertecita y yo me detuve en el dintel para contemplar aquel home de bohemia.

— Fire, dijo Toby.

— Fire, repitió Mimí, put fire.

Y se acercaron a la chimenea, en cuyo fondo brillaban dos luces redondas y fosfóricas. Ambos se sentaron en el suelo y no tardaron en dormirse. Entonces empujé la puertecita que habían olvidado cerrar con llave y penetré en el hogar de la bohemia. Llegué hasta la chimenea y vi que las luces redondas se movían; me acerqué más y mientras contemplaba en la sombra el grupo que formaban la mendiga y Toby, llegaron hasta el regazo de Mimí las luces fosfóricas. Entonces vi muy de cerca las manchas redondas de claridad que habían dado calor a la mendiga y a en acompañante, y pude acariciar el enarcado lomo de un gatazo negro y escuálido que compartía su miseria con Mimí y que pasaba su Nochebuena en el rescoldo de una chimenea sin fuego.

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6 minutos 28 segundos

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