Titulo - Autor
00:00 00:00

Tamaño de Fuente
Tipografía
Alineación

Velocidad de Reproducción
Reproducir siguiente automáticamente
Modo Noche
Volumen
Compartir
Favorito

20267

9454

4870

J. Manuela Gorriti

Autor.aspx?id=519

Una apuesta

Capítulo 2

2 Capítulos

ObraVersion.aspx?id=4870

9455

En la tarde del siguiente día el duque de Alba, de vuelta de la caza, pidió hospitalidad en el castillo de Girón y fue recibido con todas las ceremonias de la antigua usanza.

El cuerno del vigía tocó la fanfara que anunciaba la visita de un gran señor; el puente levadizo se bajó con estrépito; los escuderos acudieron al estribo; los pajes de rodillas descalzaron las espuelas del duque; las dueñas, envueltas en sus blancas y reverendas tocas, le presentaron el aguamanil de oro y el pebetero de sahumerio y más allá en fin, de pie en la puerta del salón de honor, el viejo castellano recibió al duque con toda la rigidez de la etiqueta que Felipe V heredó de su bisabuelo. Con todos esos requisitos del paso y del asiento que hicieron al duque sonreír más de una vez pensando en su mujer, porque el grave personaje hacía todas aquellas evoluciones de la antigua ordenanza palaciega con una seriedad imperturbable que prometía al de Alba un triunfo seguro en su apuesta.

El cuerno del vigía se dejó oír de nuevo y un momento después el portero de estrados anunció al conde que un joven con trazas de estudiante en vacaciones se había presentado a las puertas del castillo, pidiendo ser introducido cerca del señor, a quien tenía que comunicar un asunto importante a la casa de Girón.

—¡A la casa de Girón! —observó gravemente el conde—. Yo soy el único representante de esa casa y tengo obligación de escucharlo. Hacedle entrar.

El portero de estrados transmitió la orden y un momento después, abriéndose la puerta de las entradas ordinarias, apareció en el umbral iluminado por los últimos rayos del sol un muchacho cubierto con una hopalanda desgarrada en todos sentidos, pero que el picarillo llevaba tan gallardamente como el conde su capa de grana. Cubrían la mitad de su rostro las anchas y agujereadas alas de un gran sombrero que se quitó al entrar, mostrando unas facciones llenas de malicia y dos hermosos y ardientes ojos negros que guiñaron solapadamente al duque de Alba, aturdido ante aquella aparición.

—Señor conde —dijo con desenfado el estudiantino avanzando hacia el castellano—, tengo el honor de presentaros en mi humilde persona a uno de vuestros más próximos parientes.

—¡Tú! —exclamó el conde arqueando las cejas y alargando desdeñosamente el labio—. ¿Qué es lo que dices?

—Vuestro más próximo pariente —repitió el diablillo—. ¿Qué? ¿No conocéis los rasgos de familia?

—En fin —replicó severamente el conde—. ¿Quién eres tú?

—Un Girón por los cuatro costados y si no miradme…

Y dando una rápida vuelta ostentó uno a uno a los ojos del conde los mil girones de que se componía su vestido.

Entonces un acontecimiento inaudito, un extraño fenómeno, se efectuó en el castillo de Girón. Los labios del conde se dilataron, sus dientes vieron por vez primera la luz del sol y con espanto del duque de Alba oyose un ruido insólito, una carcajada que atrajo a aquel sitio a los escuderos, pajes y dueñas y hasta diz que despertó asustados a los murciélagos que dormían en el antiguo artesonado.

El diablillo se volvió radiante hacia el duque y le dijo inclinándose graciosamente:

—El apóstol Santiago hizo el milagro y he ganado mi peregrinación.

Y sonriendo maliciosamente recogió su sombrero y desapareció.

Lima, 1866

Audio.aspx?id=9454&c=31D57E1F0644144407C5C8F5CE109FAA266BDF50&f=051133

361

15 minutos 23 segundos

13

0