Titulo - Autor
00:00 00:00

Tamaño de Fuente
Tipografía
Alineación

Velocidad de Reproducción
Reproducir siguiente automáticamente
Modo Noche
Volumen
Compartir
Favorito

20243

9446

4862

Juan Valera

Autor.aspx?id=453

El Caballero del Azor

Capítulo 5

5 Capítulos

ObraVersion.aspx?id=4862

9445

A los tres días, pocas horas antes de expirar el plazo, después de reposar en Oviedo y de aprestarse para el combate, sonaron las trompetas y entró en el palenque el Caballero del Azor, con la visera calada y la lanza en la cuja. 

 En alta y sonora voz proclamó la inocencia de don Fruela, llamó calumniadores a los que le acusaban y retó a los tres, o sucesivamente o juntos contra él solo. Los campeones de don Raimundo fueron sucesivamente apareciendo. Los combates fueron muy cortos. 

 El Caballero del Azor, con pasmosa destreza y bizarría, logró que en menos de media hora los tres mordiesen el polvo, muy mal herido uno de ellos. 

 El gentío que rodeaba el palenque rompió en estrepitosas aclamaciones y vítores. El Caballero del Azor fue llevado en triunfo a palacio e introducido en la regia cámara. 

 El rey, informado de todo el suceso, ansiaba verle, y más lo ansiaba aún su noble y desventurada hermana, la infanta doña Ximena, que estaba con el rey en aquel momento. 

 -Caballero del Azor -dijo la infanta antes de que el rey hablase-, ¿por qué llevas un azor esmaltado en la rodela? 

 -Alta señora -contestó Plácido-, porque le tengo también estampado en el hombro derecho, como indeleble marca. 

 Doña Ximena puso entonces los ojos con cariñoso ahínco en el rostro hermosísimo de Plácido, e imaginó que veía al conde de Saldaña como estaba en su muy lozana juventud, veinte años hacía. 

 Ya no pudo contenerse doña Ximena; se acercó al joven, le estrechó en sus brazos y le cubrió el rostro de besos, exclamando: 

 -¡Hijo mío, hijo mío! 

 El rey depuso su severidad, y dirigiéndose al joven le estrechó también en sus brazos, y le dijo: 

 -Yo te reconozco; eres mi sobrino Bernardo; te hago merced de la Casa Fuerte y Señorío del Carpio. Como Bernardo del Carpio, serás en adelante conocido y famoso en todos países y en todas las edades. Perdonado tu padre, saldrá de la prisión y será legítimo esposo de mi hermana. 

 En efecto; el rey cumplió su promesa. El Conde de Saldaña salió del castillo de Luna, donde estaba encerrado. Se aseó y se atavió con esmero, de suerte que todavía tenía buen ver, a pesar de su prolongado martirio. 

 Durante cinco días consecutivos hubo magníficas fiestas en Oviedo. Las bodas de Bernardo del Carpio y de Elvira se celebraron al mismo tiempo que las del Conde Saldaña y doña Ximena. 

 Pocos días después pudo averiguarse que don Raimundo, el mayordomo de Palacio, había sido quien robó al niño Bernardo y quien le mandó matar, furioso como desdeñado pretendiente que fue de doña Ximena. Los sicarios, encargados de matar al niño, habían tenido piedad de él y le habían expuesto a la puerta del castillo de don Fruela. Por ésta y por otras muchas maldades que se descubrieron, se comprendió que don Raimundo era un monstruo abominable, por lo cual el rey pudo ejercer provechosamente su justicia mandándole ahorcar, como le ahorcaron con general regocijo de los ciudadanos de Oviedo, porque don Raimundo era muy aborrecido y porque en aquella edad tan ruda la filantropía no era cosa mayor y no infundía repugnancia la pena de muerte. 

 Sólo queda por decir que Bernardo fue felicísimo con su Elvira y que vivieron siempre muy enamorados ella de él y él de ella. 

 Por los antiguos romances y por la historia se sabe que aquella lucha a brazo partido, que interrumpió el abad en el convento de los Pirineos, se reanudó más tarde no lejos de allí, y terminó gloriosamente para Bernardo, muriendo ahogado entre sus brazos hercúleos el paladín don Roldán, pues no era otro quien había luchado con él, cuando los dos eran novicios. 

 Y aquí terminan los sucesos de la mocedad de Bernardo del Carpio, ignorados hasta hace poco, y recientemente descubiertos en ciertos vetustos e inéditos Anales de la orden de San Benito, escritos en latín bárbaro en el siglo X y conservados en el monasterio de la Cava, cerca de Nápoles. 

 Madrid, 1896.

Audio.aspx?id=9446&c=0BFBFB88AD997DBBB7704276DBB3A2F1C102B6E5&f=071151

403

32 minutos 25 segundos

13

0