J. Manuela Gorriti
El protector
Pasadas algunas horas, y cuando los llantos de la niña eran solo sollozos convulsivos, un jinete que, embozado en su capa de viaje y llevando una gran maleta a la grupa de su caballo descendía a galope el mismo camino que habían traído los arrieros, detúvose de pronto, y echando pie a tierra levantó en sus brazos a la niña.
— ¿Quién te abandonó así, hija mía? —preguntole cariñosamente.
Pero el viajero hablaba una lengua que la niña no entendía, y a todas sus preguntas respondía llorando:
— ¡Mamá!
— ¡Pobre criatura! —dijo él profusamente conmovido—. No en vano invocarás ese nombre de significación universal. Serás mi hija, y consolarás mi soledad. No sé tu nombre; ¡pero te daré el de aquella que duerme bajo las sombras du Pére Lachaisel
El viajero estrechó a la niña en su seno, y con ella la memoria de esa hija muerta que recordaba.
Montó a caballo, abrigó a la chica bajo su embozo, y añadió como buen francés, le petit mot pour rire.
—Completé a fe mía mi bagaje de naturalista. Traigo en mi maleta el reino vegetal y el mineral. He aquí el animal. ¡A Francia, pues!
Abrazó otra vez a la niña, rio enjugándose una lágrima y siguió a galope a lo largo del solitario camino.