III
En barrio lejano, a la puerta de una casa deshabitada, halláronla a media noche unos guardianes del orden público. Estaba sin conocimiento, ardiendo en calentura. La recogieron, y como nadie dió razón de sus padres, ni la conocía ninguno, la llevaron al hospital.
Allí murió días después. En el delirio de la fiebre, la infortunada criatura hablaba de un clarín que se le había escapado; de angelitos de alas blancas que traían en ricas jaulas de oro pajarillos de mil colores; de una legión de querubines que venían por ella.
—¡Delirios de chiquillos! —murmuraba el médico.
—¡Cosas de enfermos! —repetía la enfermera.