"Expuse esta conclusión, o, antes, estas conclusiones, a mis camaradas, y todos ellos coincidieron conmigo; coincidieron todos en que era preciso ir para adelante y hacer todo por la sociedad libre. Es verdad que uno u otro, de los más inteligentes, quedaron un poco conmocionados con la exposición, no porque no coincidiesen, sino porque nunca habían visto las cosas tan claras, ni las aristas que estas cosas tienen... Pero finalmente coincidieron todos... Todos íbamos a trabajar por la gran revolución social, por la sociedad libre, ¡ya quiera el futuro justificarnos o no! Formamos un grupo con gente convencida y comenzamos una gran propaganda; grande, es claro, dentro de los límites de lo que podíamos hacer. Durante bastante tiempo, en medio de dificultades, enredos y a veces persecuciones, ahí estuvimos trabajando por el ideal anarquista.
El banquero, llegado a este punto, hizo una pausa un poco más larga. No encendió el cigarro, que estaba otra vez apagado. De repente tuvo una leve sonrisa y, con el aire de quien llega al punto importante, me miró con mayor insistencia y prosiguió, aclarando más la voz y acentuando más las palabras.
-A esta altura -dijo él- apareció una cosa nueva. «A esta altura» es un modo de decir. Quiero decir que, después de algunos meses de esta propaganda, comencé a reparar en una nueva complicación, y ésta era la más seria de todas, ésta es la que iba a valer...
"Usted se acuerda, ¿no es verdad?, de aquello que yo, por un raciocinio riguroso, establecí que debía ser el proceso de acción de los anarquistas... Un proceso, o procesos, mediante cualquiera de los cuales se contribuyese a destruir las ficciones sociales sin perjudicar, al mismo tiempo, la creación de la libertad futura; sin perjudicar, por consiguiente, en lo más mínimo, la poca libertad de los actuales oprimidos por las ficciones sociales; un proceso que, en lo posible, crease ya algo de libertad futura...
"Pues bien: una vez establecido este criterio, nunca más dejé de tenerlo presente... Pero, a la altura de nuestra propaganda, de la que le estoy hablando, descubrí algo. En el grupo de la propaganda, no éramos muchos; éramos unos cuarenta, salvo error, se daba esta coyuntura: se creaba tiranía.
-¿Se creaba tiranía?
-De la siguiente manera... Unos mandaban a otros y nos llevaban para donde querían; unos se imponían a otros y nos obligaban a ser lo que ellos querían; unos arrastraban a otros por mañas y por artes hacia donde ellos querían. No digo que hicieran esto en cosas graves; incluso, no había cosas graves allí como para que lo hicieran. Pero el hecho es que esto ocurría siempre y todos los días, y se daba no sólo en asuntos relacionados con la propaganda, sino también fuera de ellos, en asuntos vulgares de la vida. Unos iban insensiblemente para jefes, otros insensiblemente para subordinados. Unos eran jefes por imposición, otros eran jefes por maña. En el hecho más simple se veía esto. Por ejemplo: dos de los muchachos salían juntos a una calle, llegaban al final de la calle y uno tenía que ir hacia la derecha y otro hacia la izquierda; a cada uno le resultaba conveniente ir para su lado. Pero el que iba hacia la izquierda le decía al otro, «venga usted conmigo por aquí»; el otro respondía, y era verdad, «Hombre, no puedo; tengo que ir por allí» por esta o aquella razón... Pero al fin, contra su voluntad y su conveniencia, allá iba con el otro hacia la izquierda... Eso era una vez por persuasión, otra vez por simple insistencia, una tercera vez por cualquier otro motivo... Esto es, nunca era por una razón lógica; había siempre en esta imposición y en esta subordinación algo de espontáneo, algo como instintivo... Y como en este caso simple, en todos los otros casos; desde los menos hasta los más importantes... ¿Usted ve bien la cuestión?
-La veo. ¿Pero qué diablos hay de extraño en eso? ¡Eso es de lo más natural que hay!
-Será. Ya llegamos a eso. Lo que le pido que note es que es exactamente lo contrarío de la doctrina anarquista. Fíjese bien que esto ocurría en un grupo pequeño, en un grupo sin influencia ni importancia, en un grupo al cual no se le había confiado la solución de ninguna cuestión grave o la decisión sobre cualquier asunto de importancia. Y fíjese que ocurría en un grupo de gente que se había unido especialmente para hacer lo que pudiese por el ideal anarquista, esto es, para combatir, tanto como fuera posible, las ficciones sociales, y crear, tanto como fuera posible, la libertad futura. ¿Usted se fijó bien en estos dos puntos?
-Me fijé.
-Vea ahora bien lo que eso representa... Un grupo pequeño de gente sincera (¡le garantizo que era sincera!), establecido y unido expresamente para trabajar por la causa de la libertad, había, al cabo de unos meses, conseguido sólo una cosa positiva y concreta: la creación entre sí de tiranía. Y fíjese qué tiranía... No era una tiranía derivada de la acción de las ficciones sociales que, aunque lamentable, sería disculpable, hasta cierto punto, aunque menos en nosotros, que combatíamos esas ficciones, que en otras personas: pero en fin, vivíamos en medio de una sociedad basada en esas ficciones y no habría sido enteramente culpa nuestra si no hubiéramos podido escapar del todo a su acción. Pero no era eso. Los que mandaban a los otros, o los llevaban hacia donde querían, no hacían eso por la fuerza del dinero o de la posición social o de cualquier autoridad de naturaleza ficticia que se arrogaran; lo hacían por una acción de cualquier especie fuera de las ficciones sociales. Quiero decir, esta tiranía era, con relación a las ficciones sociales, una tiranía nueva. Y era una tiranía ejercida sobre gente esencialmente oprimida por las ficciones sociales. Era, todavía por encima, tiranía ejercida entre sí por gente cuyo objetivo sincero no era sino destruir tiranía y crear libertad.
"Ahora ponga el caso en un grupo mucho mayor, mucho más influyente, que trata de cuestiones importantes y de decisiones de carácter fundamental. Ponga a ese grupo encaminando sus esfuerzos, como el nuestro, hacia la formación de una sociedad libre. Y ahora dígame si a través de ese cargamento de tiranías entrecruzadas usted entrevé alguna sociedad futura que se parezca a una sociedad libre o a una humanidad digna de sí misma...
-Sí: eso es muy curioso...
-Es curioso, ¿no es cierto?... Y mire que hay aspectos secundarios muy curiosos también... Por ejemplo: la tiranía de la ayuda...
-¿La qué?
-La tiranía de la ayuda. Había entre nosotros quien, en lugar de mandar a los otros, en lugar de imponerse a los otros, por el contrario, los ayudaba en todo cuanto podía. Parece lo contrario, ¿no es verdad? Pues vea que es lo mismo. Es la misma tiranía nueva. Es del mismo modo ir contra los principios anarquistas.
-¡Ésa sí que es buena! ¿En qué?
-Ayudar a alguien, mi amigo, es tomar a alguien por incapaz; si ese alguien no es incapaz, es o convertirlo en tal o suponerlo tal, y esto es, en el primer caso una tiranía, y en el segundo, un desprecio. En un caso se cercena la libertad del otro; en el otro se parte, por lo menos inconscientemente, del principio de que el otro es despreciable e indigno o incapaz de libertad.
"Volvamos a nuestro caso... Usted ve bien que este punto era gravísimo. Vaya que trabajásemos por la sociedad futura sin esperar que ella nos lo agradeciese, o arriesgándonos, incluso, a que ella nunca llegase. Todo eso, vaya. Pero lo que era demasiado era que estuviéramos trabajando para un futuro de libertad y que no hiciéramos de positivo más que crear tiranía, y no sólo tiranía, sino tiranía nueva, y tiranía ejercida por nosotros, los oprimidos, los unos sobre los otros. Esto sí que no podía ser...
"Me puse a pensar. Aquí había un error, algún desvío. Nuestros objetivos eran buenos; nuestras doctrinas parecían verdaderas; ¿serían equivocados nuestros métodos? Seguramente debían de serlo. ¿Pero dónde diablos estaba el error? Me puse a pensar en eso y me iba volviendo loco. Un día, de repente, como ocurren siempre estas cosas, di con la solución. Fue el gran día de mis teorías anarquistas; el día en que descubrí, por decirlo así, la técnica del anarquismo.
Me miró un momento sin verme. Después continuó, en el mismo tono.
-Pensé así... Tenemos aquí una tiranía nueva, una tiranía que no es derivada de las ficciones sociales. ¿Entonces de dónde es derivada? ¿Será derivada de las cualidades naturales? Si lo es, ¡adiós sociedad libre! Si una sociedad donde están en operación apenas las cualidades naturales de los hombres, aquellas cualidades con que ellos nacen, que deben sólo a la Naturaleza y sobre las cuales no tenemos poder alguno; si una sociedad donde están en operación apenas esas cualidades es un amontonamiento de tiranías, ¿quién va a mover el dedo meñique para contribuir al advenimiento de esa sociedad? Tiranía por tiranía, que quede la que está, que al menos es aquella a la que estamos acostumbrados y que por eso, fatalmente sentimos menos de lo que sentiríamos una tiranía nueva, y con el carácter terrible de todas las cosas tiránicas que son directamente de la Naturaleza: el no haber rebelión posible contra ella, como no hay revolución contra tener que morir, o contra nacer bajo cuando se prefería haber nacido alto. Asimismo ya le probé que, si por cualquier razón no es realizable la sociedad anarquista, entonces debe existir, por ser más natural que cualquier otra salvo aquella, la sociedad burguesa.
"¿Pero sería esta tiranía, que nacía así entre nosotros, realmente derivada de las cualidades naturales? ¿Pero qué son las cualidades naturales? Son el grado de inteligencia, de imaginación, de voluntad, etcétera, con que cada uno nace; esto en el campo mental, es claro, porque las cualidades naturales físicas no vienen al caso. Pero un tipo que, sin ser por una razón derivada de las ficciones sociales, manda a otro, forzosamente lo hace por que es superior en una u otra de las cualidades naturales. Lo domina por el empleo de sus cualidades naturales. Pero hay una cosa para considerar: ¿ese empleo de las cualidades naturales será legítimo, esto es, será natural?
"¿Pero cuál es el empleo natural de nuestras cualidades naturales? El servir a los fines naturales de nuestra personalidad. ¿Pero dominar a alguien será un fin natural de nuestra personalidad? Puede serlo; hay un caso en que puede serlo: es cuando ese alguien está para nosotros en un lugar de enemigo. Para el anarquista, es claro, quien está en el lugar de enemigo es cualquier representante de las ficciones sociales y de su tiranía; nadie más, porque todos los otros hombres son hombres como él y camaradas naturales. Ahora, usted bien ve, el caso de tiranía que habíamos estado creando entre nosotros no era este; la tiranía que habíamos estado creando era ejercida sobre hombres como nosotros, camaradas naturales, y más todavía, sobre hombres dos veces nuestros camaradas, porque lo eran también por la comunión en el mismo ideal. Conclusión: esta tiranía nuestra, si no era derivada de las ficciones sociales, tampoco era derivada de las cualidades naturales; era derivada de una aplicación equivocada, de una perversión de las cualidades naturales. ¿Y esa perversión, de dónde es que provenía?
"Tenía que provenir de una de dos cosas: o de que el hombre es naturalmente malo, y en consecuencia todas las cualidades naturales son naturalmente pervertidas, o de una perversión resultante de la larga permanencia de la humanidad en una atmósfera de ficciones sociales, todas ellas creadoras de tiranía, y tendiente, en consecuencia, a volver instintivamente tiránico el uso más natural de las cualidades más naturales. Ahora, de estas dos hipótesis, ¿cuál sería la verdadera? De un modo satisfactorio, esto es, rigurosamente lógico o científico, era imposible determinarlo. El raciocinio no puede enfrentar el problema porque este es de orden histórico o científico, y depende del conocimiento de hechos. Por su lado, la ciencia tampoco nos ayuda, porque, por más lejos que retrocedamos en la historia, encontramos siempre al hombre viviendo bajo uno u otro sistema de tiranía social, y por consiguiente, siempre en un estadio que no nos permite averiguar cómo es el hombre cuando vive en circunstancias pura y enteramente naturales. No habiendo manera de determinarlo con seguridad, tenemos que inclinarnos hacia el lado de la mayor probabilidad, y la mayor probabilidad está en la segunda hipótesis. Es más natural suponer que la larguísima permanencia de la humanidad en ficciones sociales creadoras de tiranía haga que cada hombre nazca con sus cualidades naturales pervertidas, en el sentido de tiranizar espontáneamente incluso a quien no pretenda tiranizar, que suponer que las cualidades naturales pueden ser naturalmente pervertidas, lo que, de cierto modo, representa una contradicción. Por eso el pensador se decide, como yo me decidí, con una seguridad casi absoluta, por la segunda hipótesis.
"Tenemos, pues, que una cosa es evidente... En el estadio social presente no es posible que un grupo de hombres, por bien intencionados que estén todos, por preocupados que estén todos solo en combatir las ficciones sociales y en trabajar por la libertad, trabajen juntos sin que espontáneamente creen entre sí tiranía, sin crear entre sí una tiranía nueva, suplementaria a la de las ficciones sociales, sin destruir en la práctica todo cuanto quieren en la teoría, sin perjudicar involuntariamente lo más posible el propio objetivo que quieren promover. ¿Qué puede hacerse? Es muy simple... Es que trabajemos todos para el mismo fin, pero separados.
-¡¿Separados?!
-Sí. ¿Usted no siguió mi argumento?
-Lo seguí.
-¿Y no le parece lógica, no le parece inevitable, esta conclusión?
-Me parece, sí, me parece... Lo que no veo bien es cómo eso...
-Ya le voy a aclarar... Dije yo: trabajemos todos para el mismo fin, pero separados. Trabajando todos para el mismo fin anarquista, cada uno contribuye con su esfuerzo a la destrucción de las ficciones sociales, que es hacia donde lo dirige, y hacia la creación de la sociedad libre del futuro; y trabajando separados no podemos, de ningún modo, crear tiranía nueva, porque nadie tiene acción sobre otro y no puede, en consecuencia, ni dominándolo, disminuirle la libertad, ni ayudándolo, apagársela.
"Trabajando así separados y con el mismo fin anarquista, tenemos dos ventajas: la del esfuerzo conjunto y la de la no creación de tiranía nueva. Continuamos unidos porque lo estamos moralmente y trabajamos del mismo modo para el mismo fin; seguimos siendo anarquistas, porque cada uno trabaja para la sociedad libre; pero dejamos de ser traidores, voluntarios o involuntarios, a nuestra causa, dejamos incluso de poder serlo, porque nos colocamos, por el trabajo anarquista aislado, fuera de la influencia deletérea de las ficciones sociales, en su reflejo hereditario sobre las cualidades que la Naturaleza dio.
"Es claro que toda esta táctica se aplica a lo que denominé el período de preparación para la revolución social. Arruinadas las defensas burguesas, y reducida la sociedad entera al estado de aceptación de las doctrinas anarquistas, faltando sólo hacer la revolución social, entonces, para el golpe final, es que no puede continuar la acción separada. Pero a esa altura, ya la sociedad libre estará virtualmente alcanzada; ya las cosas serán de otra manera. La táctica a que me refiero sólo dice con respecto a la acción anarquista en medio de la sociedad burguesa, como ahora, como en el grupo al cual yo pertenecía.
"Era ese, ¡por fin!, el verdadero método anarquista. Juntos, nada valíamos que importara, y todavía, encima, nos tiranizábamos y nos perjudicábamos unos a otros y a nuestras teorías. Separados, poco también conseguíamos, pero al menos no perjudicábamos la libertad, no creábamos tiranía nueva; lo que conseguíamos, por poco que fuese, era conseguido realmente, sin desventaja ni pérdida. Y, de más en más, trabajando así, separados, aprendíamos a confiar más en nosotros mismos, a no recostarnos unos sobre otros, a volvernos más libres, a prepararnos, tanto personalmente como a los otros, mediante nuestro ejemplo para el futuro.
"Quedé radiante con este descubrimiento. Fui enseguida a exponérselo a mis camaradas... Fue una de las pocas veces en que fui estúpido en mi vida. ¡Imagine usted que yo estaba tan colmado con mi descubrimiento que esperaba que ellos estuviesen de acuerdo!...
-No estuvieron de acuerdo, es claro...
-¡Contestaron ásperamente, mi amigo, ásperamente todos! ¡Unos más, otros menos, todo el mundo protestó!... ¡No era eso!... ¡Eso no podía ser!... Pero nadie decía lo que era o lo que tenía que ser. Argumenté y argumenté, y en respuesta a mis argumentos no obtuve sino frases, basura, cosas como esas que los ministros responden en las cámaras cuando no tienen ninguna respuesta... ¡Entonces fue cuando vi con qué animales y con qué cobardones estaba metido! Se desenmascararon. Los de aquella chusma habían nacido para esclavos. Querían ser anarquistas a costa ajena. ¡Querían la libertad, pero que fuesen los otros quienes se la consiguiesen, que les fuese dada como un rey da un título! ¡Casi todos son así, los grandes lacayos!
-¿Y usted se enojó?
-¡Si me enojé! ¡Me enfurecí! Me puse a dar coces. Di con palos y con piedras. Casi me fui a las manos con dos o tres de ellos. Y acabé por irme. Me aislé. ¡Me vino un enojo con todos aquellos carneros que usted no se imagina! Casi llegué a descreer del anarquismo. Casi decidí que no me importaba más todo aquello. Pero, pasados unos días, volví en mí. Pensé que el ideal anarquista estaba por encima de estas querellas. ¿Ellos no querían ser anarquistas? Lo sería yo. ¿Ellos querían solamente jugar a los libertarios? No estaba yo para juegos en una cuestión así. ¿Ellos no tenían fuerza para combatir sino recostados unos en los otros, y creando, entre ellos, un simulacro nuevo de la tiranía que decían querer combatir? Pues que lo hiciesen, los necios, si no servían para otra cosa. Yo no iba a ser burgués por tan poco.
"Estaba establecido que, en el verdadero anarquismo, cada uno debe, por sus propias fuerzas, crear libertad y combatir las ficciones sociales. Pues por mis propias fuerzas iba yo a crear libertad y a combatir las ficciones sociales. ¿Nadie quería seguirme en el verdadero camino anarquista? Seguiría yo por él. Iría solo, con mis recursos, con mi fe, desamparado hasta del apoyo mental de los que habían sido mis camaradas, contra las ficciones sociales enteras. No digo que fuera un bello gesto, ni un gesto heroico. Fue simplemente un gesto natural. Si el camino tenía que ser recorrido por cada uno en forma separada, yo no necesitaba de ninguno más para seguirlo. Bastaba mi ideal. Fue basado en estos principios y en estas circunstancias como decidí, por mí solo, combatir las ficciones sociales.
Interrumpió un poco el discurso, que se había vuelto acalorado y fluido. Lo retomó enseguida, con la voz ya más sosegada.
-Es un estado de guerra, pensé, entre yo y las ficciones sociales. Muy bien. ¿Qué puedo hacer contra las ficciones sociales? Trabajo solo, para no poder, de ningún modo, crear tiranía alguna. ¿Cómo puedo colaborar solo en la preparación de la revolución social, en la preparación de la humanidad para la sociedad libre? Tengo que elegir uno de dos métodos, de los dos métodos que hay; siempre, es claro, que no pueda servirme de ambos. Los métodos son la acción indirecta, esto es, la propaganda, y la acción directa de cualquier especie.
"Pensé primero en la acción indirecta, esto es, en la propaganda. ¿Pero qué propaganda podría hacer solo yo? Aparte de esta propaganda que siempre se va haciendo en conversaciones, con este o aquel, al azar y sirviéndonos de todas las oportunidades, lo que quería saber era si la acción indirecta era un camino por donde yo pudiese encaminar mi actividad de anarquista enérgicamente, esto es, en forma de producir resultados palpables. Vi enseguida que no podía ser. No soy orador y no soy escritor. Quiero decir: soy capaz de hablar en público, si es necesario, y soy capaz de una nota periodística; pero lo que yo quería averiguar era si mi hechura natural indicaba que, especializándome en la acción indirecta, de cualquiera de las dos especies o en ambas, podía llegar a obtener resultados más positivos para la idea anarquista que especializando mis esfuerzos en cualquier otro sentido. Pero la acción es siempre más provechosa que la propaganda, excepto para los individuos cuya hechura los señala esencialmente como propagandistas: los grandes oradores, capaces de electrizar multitudes y arrastrarlas detrás de sí, los grandes escritores, capaces de fascinar y convencer con sus libros. No me parece que yo sea muy vanidoso, pero, si lo soy, no se me da, al menos, por envanecerme de las cualidades que no tengo. Y como le dije, nunca se me dio por creerme orador o escritor. Por eso abandoné la idea de la acción indirecta como camino a seguir en mi actividad de anarquista. Por exclusión de partes, estaba forzado a escoger la acción directa: es decir, el esfuerzo aplicado a la práctica de la vida, a la vida real. No era la inteligencia sino la acción. Muy bien. Así sería.
"Tenía, pues, que aplicar a la vida práctica el método fundamental de acción anarquista que yo ya había esclarecido, combatir las ficciones sociales sin crear tiranía nueva, creando ya, si fuese posible, algo de libertad futura. ¿Pero cómo diablos se hace eso en la práctica?
"¿Porque qué es combatir en la práctica? Combatir en la práctica es la guerra, es una guerra, por lo menos. ¿Cómo es que se hace la guerra a las ficciones sociales? ¿Cómo es que se vence al enemigo en cualquier guerra? De una de dos maneras: o matándolo, esto es, destruyéndolo; o apresándolo, es decir, subyugándolo, reduciéndolo a la inactividad. Destruir las ficciones sociales yo no podía hacerlo; destruir las ficciones sociales sólo podía hacerlo la revolución social. Hasta allí, las ficciones sociales podían estar conmocionadas, tambaleando, por un hilo; pero destruidas sólo lo estarían con el arribo de la sociedad libre y la caída positiva de la sociedad burguesa. Lo más que yo podría hacer en ese sentido era destruir -destruir en el sentido físico de matar- a uno u otro miembro de las clases representativas de la sociedad burguesa. Estudié el caso y vi que era una burrada. Suponga usted que yo mataba a uno o dos, o una docena de representantes de la tiranía de las ficciones sociales... ¿El resultado? ¿Las ficciones sociales quedaban más conmocionadas? No lo quedaban. Las ficciones sociales no son como una situación política que puede depender de un pequeño número de hombres, de un solo hombre a veces. Lo que hay de malo en las ficciones sociales son ellas, en su conjunto, y no los individuos que las representan sino por ser representantes de ellas. Además, un atentado de orden social produce siempre una reacción; no sólo todo queda igual, sino que la mayor parte de las veces empeora. Y todavía, por encima, suponga, como es natural, que, después de un atentado, yo fuera apresado; fuera apresado y liquidado, de una manera u otra. Y suponga que yo hubiera acabado con una docena de capitalistas. ¿Y qué venía a dar todo eso, en resumen? Con mi liquidación, incluso no por muerte, sino por simple prisión o destierro, la causa anarquista perdía un elemento de combate; y los doce capitalistas, que yo habría tirado, no eran doce elementos que la sociedad burguesa hubiera perdido, porque los elementos componentes de la sociedad burguesa no son elementos de combate, sino elementos puramente pasivos, puesto que el «combate» está no en los miembros de la sociedad burguesa sino en el conjunto de ficciones sociales en que esa sociedad se asienta. Y las ficciones sociales no son gente a la que se pueda pegar tiros... ¿Usted me comprende? No era como el soldado de un ejército que mata a doce soldados de un ejército contrario; era como un soldado que mata a doce civiles de la nación del otro ejército. Es matar estúpidamente, porque no se elimina a ningún combatiente... Yo no podía por consiguiente pensar en destruir, ni en su totalidad ni en parte alguna, las ficciones sociales. Tenía entonces que subyugarlas, que vencerlas subyugándolas, reduciéndolas a la inactividad.
Súbitamente, apuntó hacia mí el índice derecho.
-¡Fue lo que hice!
Abandonó su gesto y continuó:
-Traté de ver cuál era la primera, la más importante de las ficciones sociales. Sería a esa a la que yo debía, más que a ninguna otra, intentar subyugar, intentar reducir a la inactividad. La más importante, de nuestra época por lo menos, es el dinero. ¿Cómo subyugar al dinero o en palabras más precisas, la fuerza, o la tiranía del dinero? Volviéndome libre de su influencia, de su fuerza, superior por consiguiente a su influencia, reduciéndolo a la inactividad por lo que significaba con respecto a mí. ¿Por lo que significaba con respecto a mí, comprende usted?, porque yo soy el que lo combatía; si fuese reducirlo a la inactividad por lo que respecta a todo el mundo, eso ya no sería subyugarlo, sino destruirlo, porque sería acabar del todo con la ficción dinero. Pero ya le probé que cualquier ficción social sólo puede ser «destruida» por la revolución social, arrastrada con las otras en la caída de la sociedad burguesa.
"¿Cómo podía yo volverme superior a la fuerza del dinero? El método más simple era apartarme de la esfera de su influencia, es decir, de la civilización; irme a un campo para comer raíces y beber agua de los manantiales; andar desnudo y vivir como un animal. Pero esto, incluso si no hubiera dificultad en hacerlo, no era combatir una ficción social; no era ni siquiera combatir: era escapar. Realmente, quien es esquivo en trabar un combate no es derrotado en él. Pero moralmente es derrotado, porque no se batió. El método tenía que ser otro: un método de combate y no de fuga. ¿Cómo subyugar al dinero combatiéndolo? ¿Cómo hurtarme a su influencia y tiranía, no evitando su encuentro? El método era sólo uno adquirirlo, adquirirlo en cantidad suficiente como para no sentirle la influencia, y en cuanta mayor cantidad lo adquiriese, tanto más libre estaría de esa influencia. Fue cuando vi esto claramente, con toda la fuerza de mi convicción de anarquista, y toda mi lógica de hombre lúcido, que entré en la fase actual, la comercial y bancaria, mi amigo, de mi anarquismo.
Descansó un momento de la violencia, nuevamente creciente, de su entusiasmo por su exposición. Después continuó, aunque con un cierto calor, su narración.
-¿Se acuerda usted de aquellas dos dificultades lógicas que yo le dije que me habían surgido en el comienzo de mi carrera de anarquista consciente?... ¿Y usted se acuerda que yo le dije que en aquel momento las resolví artificialmente, mediante el sentimiento y no mediante la lógica? Esto es, usted mismo notó, y muy bien, que yo no las había resuelto mediante la lógica...
-Me acuerdo, sí...
-¿Y usted se acuerda que yo le dije que más tarde, cuando di por fin con el verdadero método anarquista, las resolví entonces para siempre, mediante la lógica?
-Sí.
-Ahora vea cómo fueron resueltas... Las dificultades eran éstas: no es natural trabajar por cualquier cosa, sea lo que fuere, sin una compensación natural, es decir, egoísta; y no es natural dar nuestro esfuerzo para cualquier fin sin tener la compensación de saber que ese fin se alcanza. Las dos dificultades eran éstas; ahora fíjese cómo quedan resueltas mediante el método de trabajo anarquista que mi raciocinio me llevó a descubrir como el único verdadero... El método da como resultado que yo me enriquezco; por consiguiente, compensación egoísta. El método encara la prosecución de la libertad; entonces yo, volviéndome superior a la fuerza del dinero, esto es, liberándome de ella, consigo libertad. Consigo libertad sólo para mí, es cierto; pero es que como ya le probé, la libertad para todos sólo puede llegar con la destrucción de las ficciones sociales, con la revolución social, y yo, por mí solo, no puedo hacer la revolución social. El punto concreto es este: busco libertad, consigo libertad: consigo la libertad que puedo, porque, es claro, no puedo conseguir la que no puedo... Y vea usted: aparte del raciocinio que determina este método anarquista como el único verdadero, el hecho de que él resuelve automáticamente las dificultades lógicas que se pueden oponer a cualquier método anarquista, prueba más que él es el verdadero.
"Pues fue este método el que yo seguí. Me entregué a la empresa de subyugar la ficción dinero, enriqueciendo. Lo conseguí. Llevó un cierto tiempo, porque la lucha fue grande, pero lo conseguí. Evito contarle lo que fue y lo que ha sido mi vida comercial y bancaria. Podría ser interesante, en ciertos puntos sobre todo, pero ya no pertenece al asunto. Trabajé, luché, gané dinero; trabajé más, luché más, gané más dinero; gané mucho dinero finalmente. No reparé en métodos; le confieso, mi amigo, que no reparé en métodos; usé todo lo que hay: el acaparamiento, el dolo financiero, la misma competencia desleal. ¡¿Por qué?! ¡¿Yo combatía las ficciones sociales, inmorales y antinaturales por excelencia, y tenía que reparar en métodos?! ¡¿Yo trabajaba por la libertad y me iba a fijar en las armas con que combatía a la tiranía?! El anarquista estúpido, que tira bombas y pega tiros, bien sabe que mata, y bien sabe que sus doctrinas no incluyen la pena de muerte. Ataca una inmoralidad con un crimen, porque encuentra que esa inmoralidad vale un crimen para ser destruida. Él es estúpido en cuanto al método, porque, como ya le mostré, ese método es errado y contraproducente como proceso anarquista; ahora, en cuanto a la moral del método, él es inteligente. Pero mi método era exacto y yo me servía legítimamente, como anarquista, de todos los medios para enriquecerme. Hoy realicé mi limitado sueño de anarquista práctico y lúcido. Soy libre. Hago lo que quiero, dentro, claro está, de lo que es posible hacer. Mi lema de anarquista era la libertad; pues bien, tengo la libertad, la libertad que, por el momento, en nuestra sociedad imperfecta, es posible tener. Quise combatir las fuerzas sociales; las combatí y, lo que es más, las vencí.
-¡Alto ahí!, ¡alto ahí! -dije yo. -Eso estará todo muy bien, pero hay una cosa que usted no vio. Las condiciones de su método eran, como usted probó, no solo crear libertad, sino también no crear tiranía. Pero usted creó tiranía. Usted, como acaparador, como banquero, como financista sin escrúpulos, usted disculpe, pero es usted el que lo dijo, usted creó tiranía. Usted creó tanta tiranía como cualquier otro representante de las ficciones sociales que usted dijo que combate.
-No, mi viejo, usted se engaña. Yo no creé tiranía. La tiranía, que puede ser resultado de mi acción de combate contra las fuerzas sociales, es una tiranía que no parte de mí, que por consiguiente yo no creé, está en las ficciones sociales, yo no la junté con ellas. Esa tiranía es la propia tiranía de las ficciones sociales; y yo no podía, ni me propuse, destruir las ficciones sociales. Por centésima vez le repito: sólo la revolución social puede destruir las ficciones sociales; antes de eso, la acción anarquista perfecta, como la mía, sólo puede subyugar las ficciones sociales, subyugarlas en relación sólo con el anarquista que pone ese método en práctica, porque ese método no permite una más larga sujeción de esas ficciones. No se trata de no crear tiranía, se trata de no crear tiranía nueva, tiranía donde no la había. Los anarquistas, trabajando en conjunto, influyéndose unos a otros como yo le dije, crean entre sí, fuera y aparte de las ficciones sociales, una tiranía; ésa es la tiranía nueva. Esa, yo no la creé. No la podía incluso crear, por las propias condiciones de mi método. No, mi amigo; yo sólo creé libertad. Liberé a uno. Me liberé a mí. Es que mi método, que, como le demostré, es el único verdadero método anarquista, no me permitió liberar a nadie más. A quien pude liberar, lo liberé.
-Está bien... Coincido... Pero mire que, con ese argumento, la gente casi es llevada a creer que ningún representante de las ficciones sociales ejerce tiranía...
-Y no la ejerce. La tiranía es de las ficciones sociales y no de los hombres que las encarnan; ellos son, por así decir, los medios de que las ficciones se sirven para tiranizar, como el cuchillo es el medio del que se puede servir el asesino. Y usted ciertamente no juzga que suprimiendo los cuchillos suprime a los asesinos... Mire... Destruya usted a todos los capitalistas del mundo, pero sin destruir al capital... Al día siguiente el capital, ya en las manos de otros, continuará, por medio de esos otros, su tiranía. Destruya, no a los capitalistas, sino al capital; ¿cuántos capitalistas quedan?... ¿Ve?...
-Sí; usted tiene razón.
-Ah, hijo, lo máximo, lo máximo, lo máximo que usted me puede acusar de hacer es de aumentar un poco, muy, muy poco, la tiranía de las ficciones sociales. El argumento es absurdo, porque como ya le dije, la tiranía que yo no debía crear, y que no creé, es otra. Pero hay un punto débil más: y es que, por el mismo razonamiento, usted puede acusar a un general que entabla combate por su país, de causar a su país el perjuicio del número de hombres de su propio ejército que tuvo que sacrificar para vencer. Quien va a la guerra da y recibe. Que se consiga lo principal; el resto...
-Está muy bien... Pero fíjese en otra cosa... El verdadero anarquista quiere la libertad no sólo para sí, sino también para los otros... Me parece que quiere la libertad para la humanidad entera...
-Sin duda. Pero yo ya le dije que por el método que descubrí, que era el único método anarquista, cada uno tiene que liberarse a sí mismo. Yo me liberé a mí; cumplí con mi deber simultáneamente conmigo y con la libertad. ¿Por qué es que los otros, mis camaradas, no hicieron lo mismo? Yo no se lo impedí. Ese es el que hubiera sido el crimen, si yo se lo hubiese impedido. Pero yo ni siquiera se lo impedí ocultándoles el verdadero método anarquista; en cuanto descubrí el método, se lo dije claramente a todos. El mismo método me impedía hacer más. ¿Qué más podía hacer? ¿Obligarlos a seguir ese camino? Aunque lo pudiera hacer, no lo haría, porque sería quitarles la libertad, y eso iba contra mis principios anarquistas. ¿Ayudarlos? Tampoco podía ser, por la misma razón. Yo nunca ayudé, ni ayudo, a nadie, porque eso, eso de disminuir la libertad ajena, va también contra mis principios. Lo que usted me está censurando es el que yo no sea más que una sola persona. ¿Por qué me censura el cumplimiento de mi deber de liberar, hasta donde pueda cumplirlo? ¿Por qué no los censura antes a ellos por no haber cumplido el de ellos?
-Pues sí, hombre. Pero esos hombres no hicieron lo que hizo usted, naturalmente, porque eran menos inteligentes que usted, o menos fuertes de voluntad, o...
-Ah, mi amigo: ésas son ya las desigualdades naturales y no las sociales... Son ésas con las que el anarquismo no tiene nada que ver. El grado de inteligencia o de voluntad de un individuo es entre él y la Naturaleza; las mismas ficciones sociales no tienen allí ninguna responsabilidad. Hay cualidades naturales, como ya le dije, que se puede presumir que sean pervertidas por la larga permanencia de la humanidad entre ficciones sociales; pero la perversión no está en el grado de la cualidad, que es absolutamente dado por la Naturaleza, sino en la aplicación de la cualidad. Pero una cuestión de estupidez o de falta de voluntad no tiene que ver con la aplicación de esas cualidades, sino sólo con el grado de ellas. Por eso le digo: esas son ya absolutamente las desigualdades naturales, y sobre ésas nadie tiene ningún poder, ni hay modificación social que las modifique, como no puede volverme a mí alto o a usted bajo...
"A no ser... A no ser que, en el caso de esos hombres, la perversión hereditaria de las cualidades naturales llega tan lejos que alcanza el mismo fondo del temperamento... Sí, que un tipo nazca para esclavo, nazca naturalmente esclavo, y por lo tanto incapaz de algún esfuerzo en el sentido de liberarse... Pero en ese caso..., en ese caso..., ¿que tiene él que ver con la sociedad libre o con la libertad?... Si un hombre nació para esclavo, la libertad, siendo contraria a su índole, será para él una tiranía.
Hubo una pequeña pausa. De repente me eché a reír.
-Realmente -dije yo- usted es anarquista. En todo caso, da ganas de reír, incluso después de haberlo oído, comparar lo que usted es con lo que son los anarquistas que andan por ahí...
-Mi amigo, yo ya se lo dije, ya se lo demostré, y ahora se lo repito... La diferencia es sólo ésta: ellos son anarquistas sólo teóricos, yo soy teórico y práctico; ellos son anarquistas místicos y yo, científico; ellos son anarquistas que se agachan, yo soy un anarquista que combate y libera... En una palabra: ellos son pseudoanarquistas y yo soy anarquista.
Y nos levantamos de la mesa.
Lisboa, enero de 1922.