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Salvador Rueda

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Poema Nacional

Canto 8 - La poesía popular

8 Capítulos

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5224

I

Dos velas tengo encendidas
en el altar de mi alma,
y en él adoro a una virgen
que tiene tu misma cara.

II

En lo alegre eres alondra,
en lo que cantas jilguero,
ruiseñor en lo que expresas,
y Dios en lo que te quiero.

III

Divididas en manojos
están tus negras pestañas,
y cuando la luz las besa
no he visto sombras más largas.

IV

Viviendo como tú vives
enfrente del cementerio,
qué te importa ver pasar
un cadáver más o menos.

V

Yo tengo un mar en mi patria,
tú tienes un río azul,
yo te tengo a tí en el alma
y a mí no me tienes tú.

VI

Con los ojos se contesta
lo que yo estoy esperando;
si hablar no sabes con ellos
es que en la vida has amado.

VII

Si quieres darme la muerte
tira donde más te agrade,
pero no en el corazón
por que allí llevo tu imagen.

VIII

Una lápida en su pecho
pone al amar la mujer,
que en letras de luto dice,
muerta, menos para él.

IX

A saludar á su amada
voló un dulce ruiseñor,
vio otro pájaro en su nido
y de repente murió.

X

Cada vez que te contemplo
me pregunto con tristeza,
¡si habrá hecho nido mi alma
en un corazón de piedra !

XI

El día de conocerte,
mira que casualidad,
tu nombre estuve escribiendo
en la escarcha de un cristal.

XII

Yo no sé que me sucede
desde que te di mi alma,
que cualquier senda que tomo
me ha de llevar a tu casa.

XIII

Sobre la almohada
donde duermo á solas,
¡cuántas cosas te he dicho al oído
sin que tú las oigas !

XIV

Cuando el claro día
toca á mis cristales,
desvelado me encuentra en las sombras
trazando tu imagen.

XV

Cada vez que a verte voy
en tu puerta rae detengo,
pues temo que la alegría
me trastorne el pensamiento.

XVI

Tan cerca de mis oídos
quisiera que tú me hablaras,
que ni el aire con ser aire
percibiera tus palabras.

XVII

Solo le pido al Eterno
que al despuntar cada día,
las sombras de nuestros cuerpos
sorprenda la luz unidas.

XVIII

En el jardín de tu casa
me suelo siempre decir,
¡ para qué mirar la rosa
que no ha de ser para mí !

XIX

Bajo el cristal de la fuente
se ven las guijas paradas,
tras del cristal de tus ojos
no puedo descubrir nada.

XX

Llama que va para incendio
la engrandece el huracán,
pasión que a incendio camina
los celos la aumentan más.

XXI

Si fuera rayo de luna
por tus ojos penetrara,
y en silencio alumbraría
el sagrario de tu alma.

XXII

Quisiera tener un rizo
de tu oscura cabellera,
para gastarme los ojos
en solo mirar sus hebras.

XXIII

Ya viene la primavera,
ya los pájaros se hermanan,
¡cuánto espacio entre nosotros
y cuan cerca nuestras almas!

XXIV

Tu desaire más ligero
pone mi pecho vibrando,
que un solo grano de arena
hace temblar todo un lago.

XXV

Yo sueño con una casa
y en la casa muchos niños,
y entre los niños tu imagen,
y en tu imagen mi cariño.

XXVI

Antes de yo conocerte
soñaba que me amarías,
¡quién presta oído a los sueños,
quién délos sueños se fía!

XXVI (2)

Cuando muerto esté en la tumba
toca en ella la guitarra,
y verás á mi esqueleto
alzarse para escucharla.

XXVII

Yo hice un castillo en el aire
y á su sombra me senté,
tiró el viento el edificio
y entre sus ruinas quedé.

XXVIII

Es para tí mi cariño
cual gota de agua en la piedra,
que pasa por su blancura
sin dejar mancha ni huella.

XXIX

Serio me pongo y huraño
cuando hablas, niña, con otro;
no me gusta que me arranquen
el corazón poco a poco.

XXX

Tanto los celos me encienden
cuando a cualquier hombre hablas,
que á un impulso de mi aliento
volcaría las montañas.

XXXI

No traigas para mí flores
inocente primavera,
que las flores que tu traigas
han de estar para mí secas.

XXXII

Qué me importan ya tus flores
ni las del plácido Abril,
si la primera entre todas
no ha brotado para mí.

XXXIII

La Giralda de Sevilla
del sol poniente alumbrada,
no despide tanta sombra
como tú de las pestañas.

XXXIV

Hay en tu mirada
yo no sé qué cosa,
que en mis fibras penetra y penetra
como espada sorda.

XXXV

Creyendo en mis sueños
poder estrecharte,
¡qué de veces, mi bien, he oprimido
las ondas del aire!

XXXVI

Jugara la vida
gozando en perderla,
si a las cartas les dieran su sombra
tus pestañas negras.

XXXVII

La vida es un tren que sale
con carga de sentimientos,
con parada en los amores
y fin en el cementerio.

XXXVIII

Cuando se apartan tus labios,
me gusta mirar tus dientes
pequeñitos y apretados.

XXXIX

Cuando me miras atenta,
yo no sé lo que me sube
de los pies á la cabeza.

XL

En negro calabozo
cantaba un preso,
chocando con los muros
su pensamiento:
«Madre del alma,
son mis duras cadenas
no ver tu cara».

XLI

Junto a un nicho abandonado
hizo un ruiseñor su nido,
y cuentan que el esqueleto
se sentaba para oirlo.

XLII

Al acordarme de tí
siempre me acuerdo del lago,
y es que lago es el reposo
y yo vengo del naufragio.

XLIII

Cuando viene el claro día
a llamar á mis cristales,
entre rayitos de oro
miro que flota tu imagen.

XLIV

¡Qué importa que Abril y Mayo
lleguen henchidos de aromas,
si han de ver los ojos míos
un puñal en cada rosa!

XLV

Entre escuadrón de pestañas
se mueven tus ojos negros,
y cada vez que me miras
parece que dicen ¡fuego!

XLVI

Mira tú si el pensamiento
llega lejos cavilando,
que tengo celos terribles
del tiempo que no te he amado.

XLVII

De tal modo te confundo
con la que está en la capilla,
que siempre al rezar exclamo:
¡Dios te salve, amada mía!

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