Del ofrecimiento de Cristo en la cruz, y de la propia resignación.
VOZ DEL AMADO
1. Así como Yo me ofrecí voluntariamente a Dios Padre por tus pecados con las manos extendidas en la cruz y con el cuerpo desnudo, de modo que nada me quedó por ofrecer en sacrificio para reconciliarte con Dios.
Así también debes tu ofrecérteme en sacrificio puro y santo cuanto mas entrañablemente puedas cada día en la Misa, con toda tu voluntad y con todas tus fuerzas.
¿Qué otra cosa quiero de ti, sino que te entregues a Mí sin reserva?
No hago caso de todo cuanto me des, si no te me das a ti mismo, porque no quiero tu don, sino a ti.
2. Así como no te llenarían todas las cosas sin Mí, así tampoco puede agradarme cosa alguna que me des sin ti.
Ofrécete a Mí, y entrégate todo por Dios, y será muy acepto tu sacrificio.
Mira cómo Yo me ofrecí todo a mi Padre por ti; y también te di todo mi Cuerpo y Sangre en manjar para ser todo tuyo, y para que tú quedases todo mío.
Mas si tú te apegares a ti mismo, y no te ofrecieres gustoso a mi voluntad; ni el sacrificio será cumplido, ni habrá entre nosotros perfecta unión.
Por tanto, a todas tus obras debe preceder el voluntario ofrecimiento de ti mismo en las manos de Dios, si quieres alcanzar libertad y gracia.
Pues por eso son tan pocos los varones ilustrados y libres en su interior, porque no saben abnegarse del todo a sí mismos.
Esta es mi firme resolución: No puede ser mi discípulo el que no renunciare a todas las cosas. Por lo que, si deseas ser mi discípulo, ofréceteme con todos tus afectos.