De la abnegación de sí mismo y renuncia de todo deseo desordenado.
1. Hijo, no puedes poseer libertad perfecta, si no te niegas totalmente a ti mismo.
Esclavos son todos los ricos y amadores de sí mismos, los codiciosos, los ociosos y los holgazanes, los que buscan siempre las cosas de su gusto, y no las de Jesucristo, inventando y fingiendo muchas veces lo que ninguna consistencia ha de tener.
Porque todo lo que no procede de Dios perecerá.
Imprime en tu alma esta breve y perfectísima máxima: Déjalo todo, y lo hallarás todo: deja tu apetito, y hallarás sosiego.
Reflexiona bien esto; y cuando lo cumplieres, lo entenderás todo.
2. Señor, esto no es obra de un día, ni juego de niños; antes en tan breve sentencia se encierra toda la perfección religiosa.
3. Hijo, no debes volver atrás, ni abatirte al oir el camino de los perfectos: antes bien, debes esforzarte para cosas más altas, o, a lo menos, aspirar a ellas con ansia.
¡Ojalá hubieses llegado a tal grado que no fueses amador de ti mismo, y estuvieses sujeto puramente a mi voluntad y a la del superior que te he dado! Entonces me agradarías sobremanera y toda tu vida pasaría en paz y gozo.
Aun tienes mucho que dejar: y si no lo renuncias enteramente, no alcanzarás lo que pides.
Para que seas rico, te aconsejo que compres de Mi oro acendrado; esto es, la sabiduría celestial, que conculca todo lo bajo.
Mira con desprecio la sabiduría terrena, y toda humana y propia complacencia.
4. Te dije que las cosas más viles al parecer humano se deben comprar con las preciosas y altas.
Porque muy vil y pequeña y casi olvidada parece la verdadera sabiduría celestial, que no tiene alto concepto de sí, ni quiere ser engrandecida en la tierra; sabiduría que muchos tienen en sus labios, pero de la que andan muy apartados en su vida: sin embargo de ser una perla preciosísima escondida para muchos.