Todas las cosas se deben referir a Dios como a último fin.
1. Hijo, Yo debo ser tu supremo y ultimo fin, si deseas de veras ser feliz.
Con este propósito se purificará tu deseo, que vilmente se abate muchas veces a sí mismo y a las criaturas.
Porque, si en algo te buscas a ti mismo, luego desfalleces y te quedas árido.
Atribúyelo, pues, todo principalmente a Mí, que soy el Dador de todo.
Considera cada cosa como venida del soberano Bien; y por eso todas se han de dirigir a Mí como a su origen.
2. De Mí sacan agua viva, como de fuente viva, el pequeño y el grande, el pobre y el rico. Y los que me sirven de buena voluntad y libremente, recibirán gracia por gracia.
Pero el que quisiere gloriarse fuera de Mí, o deleitarse en algún bien particular, no será confirmado en el verdadero gozo, ni dilatado en su corazón, sino que estará impedido y angustiado de muchas maneras.
Por eso no te apropies cosa buena, ni atribuyas al hombre la virtud; sino refiérelo todo a Dios, sin el cual nada tiene el hombre.
Yo lo di todo: Yo quiero que se me vuelva todo; y con todo rigor exijo que se me den gracias.
3. Esta es la verdad con que se destruye la vanagloria.
Y si la gracia celestial y la caridad verdadera entraren en el alma, no habrá envidia alguna, ni quebranto de corazón, ni te ocupará el amor propio.
La caridad divina lo vence todo, y dilata todas las fuerzas del alma.
Si bien reflexionas, en Mí solo te has de alegrar, y en Mí solo has de esperar; porque nadie es bueno sino solo Dios, el cual es de alabar sobre todas las cosas, y ser bendito en todas ellas.