De la pureza de espíritu y recta intención.
1. Con dos alas se eleva el hombre sobre las cosas terrenas: la sencillez y la pureza.
La sencillez ha de estar en la intención, la pureza en el afecto.
La sencillez pone la intención en Dios, la pureza le abraza y gusta de Él.
Ninguna obra buena te estorbará, si interiormente estuvieses libre de todo afecto desordenado.
Si no atiendes ni buscas otra cosa que el beneplácito divino y el provecho del prójimo, gozarás de interior libertad.
Si tu corazón fuese recto, entonces te sería toda criatura espejo de vida y libro de santa doctrina.
No hay criatura tan pequeña y despreciable, que no represente la bondad de Dios.
2. Si fueses bueno y puro en tu interior, luego verías y comprenderías bien todas las cosas sin impedimento.
El corazón puro penetra el cielo y el infierno.
Juzga el hombre en lo exterior por lo que es en su interior.
Si hay gozo en el mundo, el hombre de puro corazón lo posee.
Y si en alguna parte hay tribulación y congoja, nadie la experimenta mejor que la mala conciencia.
Así como el hierro metido en el fuego pierde el orín y se vuelve todo encendido, así el hombre que se convierte enteramente a Dios, es despojado de su torpeza y se transforma en un nuevo hombre.
3. Cuando el hombre comienza a entibiarse, entonces teme el más leve trabajo, y busca con gusto el consuelo exterior.
Mas cuando comienza a vencerse perfectamente a sí mismo y a andar varonilmente por el camino de Dios, tiene por ligeras las cosas que antes le parecían pesadas.