Del bajo aprecio de sí mismo.
1. Todos los hombres, naturalmente, desean saber; mas ¿qué aprovecha la ciencia sin el temor de Dios?
En verdad, mejor es el rústico humilde que sirve a Dios, que el soberbio filosofo que, olvidado del conocimiento de si mismo, considera el curso de los astros.
El que bien se conoce se tiene por vil, y no se deleita en las alabanzas humanas.
Si yo supiese cuanto hay en el mundo y no tuviese caridad, ¿qué me aprovecharía delante de Dios, que me juzgará según mis obras?
2. Refrena el deseo inmoderado de saber, porque acarrea gran engaño y disipación.
Los eruditos gustan de ser considerados y tenidos por sabios.
Muchas cosas hay que poco o nada aprovecha al alma saberlas.
Y es por cierto muy necio el que en otras cosas entiende, y no en las que tocan a su salvación.
Las muchas palabras no hartan al alma; mas una vida santa le da refrigerio, y una conciencia pura le inspira gran confianza en Dios.
3. Cuanto más y mejor entiendas, con tanto mas rigor serás juzgado si no vivieres santamente.
No te envanezcas, pues, por arte o ciencia alguna; antes bien, teme por el conocimiento que de ellas se te ha dado.
Si te parece que sabes mucho y entiendes muy bien, ten por cierto que es mucho más lo que ignoras.
No quieras presumir de sabio; reconoce mas bien tu ignorancia. ¿Por qué te quieres tener en mas que otros, habiendo muchos más doctos y más versados en la ley que tú?
Si quieres aprender y saber algo con fruto, procura que nadie te conozca ni haga caso de ti.
4. El verdadero conocimiento y desprecio de sí mismo es la lección mas sublime y la mas útil.
Gran sabiduría y alta perfección es tenerse en nada a si mismo, y sentir siempre favorablemente de los demás.
Si vieres a alguno cometer públicamente algún pecado o caer en graves faltas, no te debes juzgar por mejor, porque no sabes cuánto podrás perseverar en el bien.
Todos somos frágiles, pero tú a nadie tengas por mas frágil que a ti mismo.