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San Agustín

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Confesiones - Libro 11

Capítulo XXII

31 Capítulos

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CAPÍTULO 22

Súplica para solucionar el enigma del tiempo

28. Mi espíritu se ha enardecido en deseos de conocer este intrincadísimo enigma. No quieras ocultar, Señor Dios mío, Padre bueno, te lo suplico por Cristo, no quieras ocultar a mi deseo estos problemas tan corrientes como profundos, antes bien penetre yo en ellos y aparezcan claros, esclarecidos, Señor, por tu misericordia. ¿A quién he de preguntar sobre estos temas? Y ¿a quién podré confesar con más fruto mi impericia que a ti, a quien no son molestos mis vehementes e inflamados estudios de tus Escrituras? Dame lo que amo, pues ciertamente lo amo, y esto es don tuyo. Dámelo, ¡oh Padre!, tú que sabes dar buenas dádivas a tus hijos; dámelo, porque me he propuesto la tarea de conocer y tengo ante mí un duro trabajo hasta que tú me las abras. Te suplico por Cristo, en su nombre, en el del Santo de los santos, que nadie me estorbe en ello. También yo he creído, por eso hablo. Esta es mi esperanza; para ello vivo, a fin de contemplar la delectación del Señor.

He aquí que has hecho viejos mis días, y pasan; mas ¿cómo? No lo sé. Y hablamos «de tiempo y de tiempo» y «de tiempos y tiempos», y «¿en cuánto tiempo dijo aquél esto?», «¿en cuánto tiempo hizo esto aquél?», y «¡cuán largo tiempo hace que no vi aquello!», y «esta sílaba tiene doble tiempo respecto de aquella otra breve sencilla». Decimos estas cosas o las hemos oído, y las entendemos y somos entendidos. Clarísimas y vulgarísimas son estas cosas, las cuales de nuevo vuelven a ocultarse, siendo nuevo su descubrimiento.

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