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San Agustín

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Confesiones - Libro 4

Capítulo XI

16 Capítulos

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CAPÍTULO 11

Que todas las cosas creadas son mudables, y sólo Dios es inmutable

16. No quieras, alma mía, hacerte vana siguiendo la vanidad, cuyo ruidoso tumulto hará ensordecer los oídos de tu corazón. Oye también al mismo Verbo eterno, que clama y te da voces para que vuelvas a él, donde está el lugar de tu quietud inalterable, en que nunca el amor se verá dejado ni despedido, si él mismo no deja y se despide primero. Atiende a la mudanza de todas las criaturas, que unas dejan de ser para que en su lugar sucedan otras, y así conste de todas sus partes sucesivamente este inferior universo. ¿Por ventura, dice el Verbo divino, yo me ausento y me mudo a alguna otra parte? Pues fija allí, alma mía, tu mansión y entrega allí cuanto tienes (pues de allí lo tienes), siquiera después de verte fatigada con tan repetidos engaños. Vuelve a dar a la Verdad todo cuanto posees, pues de ella lo has recibido, y así lo tendrás más asegurado sin pérdida alguna; antes cobrará nuevos verdores y reflorecerá lo que esté seco y marchito, se curarán todas tus enfermedades y cuanto hayas perdido y disipado se reformará, se renovará y se volverá a unir estrechamente contigo; y en lugar de arrastrarte tras de sí todo lo caduco y hacerte bajar hacia la nada, adonde ello camina, todo será estable, firme y permanecerá contigo estando unida tú a Dios, que siempre permanece y eternamente es estable.

17. ¿Para qué, pervirtiendo el orden que debe haber entre el cuerpo y el espíritu, sigues tú a tu carne? Ella es la que convertida y reducida a buen orden te debe seguir a ti. Cuanto por medio de ella sientes y percibes, es una parte no más, y estás aún ignorante del todo que se compone de estas partes; y no obstante eso, te deleitan. Si tus sentidos corporales estuvieran dispuestos y proporcionados para sentir y percibir el todo, si para que se contentasen con parte del universo no tuvieran tan tasados los límites que juntamente se les han señalado y puesto para tu pena y castigo, tú mismo quisieras que pasara lo que existe de presente, para recibir mayor complacencia con todas las cosas juntas. Porque con uno de los sentidos del cuerpo oyes lo que hablamos, y por cierto que no quieres tú que las sílabas se paren y detengan, sino que pasen y vuelen, para que llegando las otras que se siguen puedas oírlas todas. Lo mismo sucede en todas aquellas cosas que son compuestas de partes que no existen todas a un tiempo, en las cuales más deleitaría el todo, si fuera posible sentirle o percibirle de una vez, que cada parte de por sí. Pero muchísimo mejor que estas cosas es el que las hizo todas y este mismo es nuestro Dios, que no pasa ni se aparta, ni cosa alguna hay que le suceda.

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