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San Agustín

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Confesiones - Libro 3

Capítulo III

12 Capítulos

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CAPÍTULO 3

De lo mucho que le disgustaba la conducta de los estudiantes de Cartago

5. Entretanto, vuestra misericordia, fiel siempre conmigo, andaba como volando alrededor de mí, aunque a lo lejos, porque estando yo entregado a tantas maldades y siguiendo los impulsos de mi sacrílega curiosidad, que, alejándome de Vos, me conducía y llevaba a cometer innumerables bajezas y perfidias, que eran otros tantos viles y engañosos sacrificios, en que ofrecía mis malas operaciones en obsequio de los demonios, Vos, Señor, infinitamente misericordioso, disponíais que en todos mis desórdenes hallase mi castigo.

También me acuerdo de que en un día de fiesta y dentro de las paredes de vuestro templo, me atreví a desear desordenadamente un objeto y tratar allí un asunto que me había de producir frutos de muerte. Por eso me castigasteis con graves penas; pero fueron nada respecto de mi culpa, Dios mío, misericordia mía, amparo mío y defensa contra los terribles males en que anduve soberbiamente confiado y orgulloso, apartándome lejos de Vos, siguiendo mis caminos y no los vuestros, y amando una fugitiva libertad que no alcanzaba.

6. También aquellos estudios en que me empleaba y tenían nombre de buenos y honestos se dirigían y ordenaban a que luciese en los tribunales y sobresaliese en los pleitos y alegatos, consiguiendo tanto mayores elogios cuanto inventase y usase mayores engaños. ¡Tan ciegos son los hombres, que llegan a gloriarse de su misma ceguedad!

Ya era yo el primero y principal en la clase de retórica, de lo cual estaba soberbiamente gozoso e hinchadamente vano, aunque mucho más quieto y moderado que otros (como Vos, Señor, lo sabéis), y enteramente apartado de las pesadas burlas y chascos que hacían aquellos estudiantes traviesos y revoltosos, que llamabaneversoreso trastornadores (nombre infausto y diabólico que se ha hecho ya como insignia y distintivo de urbanidad), entre los cuales vivía yo con una especie de vergüenza porque no era como ellos. Yo me mezclaba y andaba con ellos y me complacía su amistad, aunque siempre tenía oposición y horror a sus desordenadas travesuras, esto es, a los engaños y chascos con que descaradamente perseguían e insultaban la cortedad y vergüenza de los forasteros y desconocidos, para inquietarlos y descomponerlos sin motivo ni interés alguno más que hacer burla de ellos, y fomentar con estos chascos y burlas sus mal intencionadas alegrías. Nada hay que se parezca más a lo que hacen los demonios que lo que hacían aquéllos. Y así, ¿qué nombre les convenía mejor que el detrastornadores? Pero antes eran trastornados ellos, burlándolos y engañándolos ocultamente los falaces y malignos espíritus, en su misma intención de burlarse de los otros y engañarlos.

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