Y Julia volvió a sus congojas, y el conde de Bordaviella a sus visitas, aunque con más cautela. Y ya fue ella, Julia, la que, exasperada, empezó a prestar oídos a las venenosas insinuaciones del amigo, pero sobre todo a hacer ostentación de la amistad ante su marido, que alguna vez se limitaba a decir: «Habrá que volver al campo y someterte a tratamiento.»
Un día, en el colmo de la exasperación, asaltó Julia a su marido, diciéndole:
— ¡Tú no eres un hombre, Alejandro, no, no eres un hombrel
— ¿Quién, yo? ¿Y por qué?
— ¡No, no eres un hombre, no lo eres!
— Explícate.
— Ya sé que no me quieres, que no te importa de mí nada, que no soy para ti ni la madre de tu hijo: que no te casaste conmigo nada más que por vanidad, por jactancia, por exhibirme, por envanecerte con mi hermosura, por...
— ¡Bueno, bueno; ésas son novelerías! ¿Por qué no soy hombre?
— Ya sé que no me quieres...
— Ya te he dicho cien veces que eso de querer y no querer, y amor, y todas esas andróminas, son conversaciones de te condal o danzante.
— Ya sé que no ¡ne quieres...
— Bueno, ¿y qué más...?
— Pero eso de que consientas que el conde, el michino, como tú le llamas, entre aquí a todas horas...
— ¡Quien lo consiente eres tú!
— ¿Pues no he de consentirlo, si es mi amante? Ya lo has oído, mi amante. ¡El michino es mi amante!
Alejandro permanecía impasible mirando a su mujer. Y ésta, que esperaba un estallido del hombre, exaltándose aún más, gritó:
— ¿Y qué? ¿No me matas ahora como a la otra?
— Ni es verdad que maté a la otra, ni es verdad que el michino sea tu amante. Estás mintiendo para provocarme. Quieres convertirme en un Otelo. Y mi casa no es teatro. Y si sigues así, va a acabar todo ello en volverte loca y en que tengamos que encerrarte,
— ¿Loca? ¿Loca yo?
— ¡De remate! ¡Llegarse a creer que tiene un amante! ¡Es decir, querer hacérmelo creer! ¡Como si mi mujer pudiese faltarme a mí! ¡A mí! Alejandro Gómez no es ningún michino; ¡es nada menos que todo un hombre! Y no, no conseguirás lo que buscas, no conseguirás que yo te regale los oídos con palabras de novelas y de tes danzantes o condales. Mi casa no es un teatro.
— ¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Cobarde! — gritó ya Julia, fuera de sí — .¡Cobarde!
— Aquí va a haber que tomar medidas — dijo el marido.
Y se fue.