Era el mes de mayo. El sofocante calor del mediodía parecía interminable. La tierra seca se abría de sed.
Oí una voz que gritaba desde la otra orilla del río: "Ven, amor mío".
Cerré mi libro y abrí la ventana.
Vi un gran búfalo, con los flancos manchados de barro, que me contemplaba desde la orilla con sus ojos plácidos y pacientes. Un chiquillo, con el agua a las rodillas, le llamaba para el baño.
Sonreí, divertido, y el corazón se me llenó de dulzura.