Reverendo padre, perdonad a dos pecadores. Los aires de la primavera soplan hoy en torbellino, barriendo el polvo y las hojas muertas, y con ellas vuestros consejos.
No digáis, padre, que la vida es vanidad.
Pues, por un día, hemos pactado la tregua con la muerte, y por unas horas perfumadas, los dos somos inmortales.
Si se acercara el ejército del rey para cargar violentamente contra nosotros, nos limitaríamos a mover tristemente la cabeza: "Hermanos, nos estáis molestando. Si deseáis entreteneros en estos ruidosos juegos, id más lejos a entrechocar vuestras armas. Sólo por unos instantes fugaces somos inmortales".
Si vinieran a rodearnos los amigos, les saludaríamos humildemente y les diríamos: "Esta dicha nos turba.
Ocupamos un lugar muy pequeño en el cielo infinito. Pues en la primavera las flores se multiplican y las afanosas alas de las abejas chocan entre sí. Este pequeño cielo en el que vivimos nosotros dos, solos e inmortales, es extraordinariamente reducido".