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Rabindranath Tagore

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El jardinero

Capítulo 4

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Ay, ¿por qué han edificado mi casa junto al camino que lleva a la ciudad?  

Amarran sus barcas cargadas junto a mis árboles.

Van y vienen y se mueven a su antojo.

Me siento y los contemplo, y mis horas se consumen.

No puedo echarles. 

Y así paso los días.

Sus pasos suenan día y noche ante mi puerta.

Es inútil que les diga: ‘No os conozco’.

Toco a unos, siento el olor de otros; a éstos los llevo en la sangre de mis venas, y aquéllos pueblan mis sueños.

No puedo echarlos. 

Les llamo y les digo: ‘Que entren en mi casa los que quieran. Sí, que entren’.

Al amanecer, dobla la campana del templo.

Llegan con cestos en las manos.

Sus pies han enrojecido y la primera luz del alba ilumina sus rostros.

No puedo echarlos. 

Les llamo y les digo: ‘Venid a mi jardín a coger flores, venid’.

A mediodía se oye el gong de la verja del palacio.

No sé por qué abandonan su trabajo y se acercan a mi seto.

Las flores de sus cabellos palidecen y se mustian: las notas de sus flautas languidecen.

No puedo echarlos. 

Los llamo y les digo: ‘Hay sombra refrescante bajo mis árboles. Venid, amigos’.

De noche, los grillos cantan en el bosque.

¿Quién llega lentamente hasta mi puerta, y llama en ella?

Distingo vagamente su rostro... No pronunciamos ni una palabra. El silencio del cielo lo envuelve todo.

No puedo echar a mi callado huésped.

Contemplo su rostro en la noche y transcurren horas de ensueño.

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