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Julia de Asensi

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Los fantasmas del bosque

Capítulo 4

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Una noche tuvo un sueño que le causó profunda impresión.

Se hallaba con su madre en su pobre casita esperando a su padre; aquélla le acariciaba como en otros tiempos y él era feliz pensando en que si le faltaban riquezas le sobraba cariño. Después llegó el soldado cubierto de laureles y mientras les refería sus hazañas miraba a su hijo con ternura y luego le entregaba un reloj de oro, un bastón y otros objetos. Pero de repente aparecía el fantasma y arrancaba al niño de los brazos de sus padres para arrojarle a un precipicio.

Se despertó sobresaltado y entonces pensó en lo mucho que sus verdaderos padres le amaban, en las privaciones que por él se habían impuesto, arrepintiéndose sinceramente de sus faltas.

Pero ¿cómo remediar éstas? Le pareció lo mejor confesar su culpa y así lo hizo en una sentida carta dirigida a los padres de Guillermo. Quince días después enviaron en su busca a un criado con el que partió para su pueblo.

¡Con que placer volvió a ver éste!

¡Sus altas montañas, sus hermosos bosques, sus arroyos de agua cristalina, sus poéticas casitas y el soberbio castillo del que había querido ser amo!

Se dirigió ante todo a su antigua morada, donde le esperaba su madre ya restablecida de su dolencia, y su padre que había ganado grados y cruces en el campo de batalla. Ambos le concedieron pronto su perdón.

Allí supo que poco después de partir al colegio habían averiguado los señores del castillo el accidente ocurrido a su hijo por la llegada del cochero, que había estado enfermo de gravedad, que Guillermo también les había escrito y que no dudaron que era Paulino el que habían enviado al colegio y su hijo el que estaba en el pueblo con la mujer del soldado. Después supieron la intervención de Antolín en el asunto, disfrazado de fantasma para engañar mejor al niño, y por esto y por otros delitos habían sido presos su mujer y él.

Decidieron dejar a Paulino en el colegio, hasta que se arrepintiera de su falta, sin darle parte de lo ocurrido. Guillermo perdonó de todo corazón al que siempre quiso como a un amigo.

Desde entonces Paulino fue feliz en su casa, en la que ya no se vivía con la estrechez de antes a causa del ascenso del soldado a oficial, y comprendió que la dicha no consiste en vivir en la opulencia, sino en el cariño puro y desinteresado, en la paz de la familia, en la conformidad con la suerte, y que lo mismo puede albergarse en la casa del rico que en el humilde hogar del pobre.

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