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Efrén Rebolledo

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El enemigo

Capítulo 9

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Entonces se portaba como nunca.

Mostrábase arrepentido y triste, y se pasasaba las horas en casa de Doña Lucía, oyéndola relatos de su juventud; o sintiendo vagas tristezas cuando tocaba y cantaba Julia; o charlando largamente con la bulliciosa Genoveva que lo había extrañado mucho en los días que no lo había visto.

Sentíase como en una atmósfera de beatitud, del mismo modo que si renaciera a otra vida; y melancólico, con un surco de tristeza en la frente, pasaba aquella especie de convalecencia espiritual, aspirando el aire de aquella casa donde se le entraba el deseo de ser bueno; objeto de mil solicitudes por todas; adquiriendo fuerzas y curado al fin por los ojos y las palabras de Clara, que resplandecía de amor y de caridad.

Restablecido por completo, volvía a su trabajo con más ahínco; pagábale a Clara sus atenciones haciendo su voz más cariñosa; hablándole de sus ejercicios devotos; preguntándole si había rezado por él; y en aquellos instantes ambos eran felices: Gabriel porque la veía amorosa y abandonada, y ella porque la presencia de aquel hombre satisfacía, sin que su candor lo advirtiera, su necesidad de amar de virgen núbil y pudorosa.

Por obsequios de Gabriel, su alcoba parecía una capillita: el lecho levantábase en medio, blanco y albeante; y sobra él, en la cabecera, puestos por su misma mano un acetre y un rosario; y en los muros, tapizados de rosa y oro, cuadros de Santa Teresa, de la Virgen de Guadalupe, de Santa Clara y un San Sebastián, adolescente, hermoso y desnudo, martirizado por las flechas.

Y un día en que asomado a los ojos de Clara veía Gabriel su alma sencilla y transparente, inclinándose como para arrobarse en tanta diafanidad dejó caer esta idea que la hizo estremecerse hasta su pliegue más recóndito, rayando la superficie de ondulaciones laminosas y círculos cristalinos.

—Clara, usted es un ángel, una virgen más que una mujer, ¿por qué no, conforme con sus inclinaciones que son de devoción y de humildad, se hace usted más grata a Dios vistiendo el hábito de religiosa que sentará tan bien a su carácter y a su tranquila belleza?

Y aquella revelación, hecha en el tono más natural del mundo, hizo temblar a Clara, clavándose hondamente en su pensamiento y en su corazón.

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