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Julia de Asensi

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Los fantasmas del bosque

Capítulo 3

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Cuando Antolín volvió, ya tenía todo el dinero que los señores habían dado a su supuesto hijo para que lo gastara en limosnas y diversiones.

-Esto va a ser una mina inagotable, dijo el hombre, así podremos vivir sin trabajar, comiendo bien y bebiendo mejor.

El papel que quería representar Paulino era más difícil de lo que pensó.

El señor del castillo observó bien pronto que el que creía Guillermo había atrasado en sus estudios y le obligaba a estar todo el día con el libro en la mano.

Era un hombre despótico, un verdadero tirano en la casa, lo que Paulino ignoraba, porque Guillermo no se había lamentado nunca de esto con él. Ya no tenía el niño aquella hermosa libertad de que disfrutaba cuando era pobre, ya no salía solo por el campo, ni podía hablar con ningún amigo, ni hacer su gusto jamás.

Él creía antes que en las casas de los ricos todo era felicidad y se convencía de que ésta no se compra con dinero. A esto hay que añadir lo que le costaba representar su papel cuando le hablaban de cosas completamente ignoradas y a las que no tenía más remedio que contestar.

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-Eres más torpe cada día, le decía el padre de Guillermo; estoy deseando que vuelvas al colegio.

Y al terminar las vacaciones allá le llevaron.

Se vio entre rígidos maestros, entre compañeros de clase elevada que le trataban con insultante altivez, pues, aunque le creían de ilustre familia, se juzgaban superiores a él por la educación. Y si triste había sido su vida en la ciudad donde moraban los padres de Guillermo aun lo era más en aquel colegio cuyos profesores y condiscípulos eran extranjeros en su mayor parte.

De pronto, y sin que supiera por qué, dejó de recibir las cartas que todas las semanas le enviaban los señores del castillo creyéndole su hijo. El director del colegio sí tenía noticias de ellos porque le pagaban mensualmente. Llegaron las vacaciones y nadie le fue a buscar. Pasó el verano casi solo y muy aburrido.

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